Hay paisajes abruptos que el tiempo erosiona y agudiza, si cabe, la falta de amabilidad de ese suelo fragoso. Podemos calzarnos botas reforzadas y que se aferren al intrincado terreno; sin embargo, no todo depende de nuestra habilidad. De igual modo, hay parajes humanos ariscos, volubles que nos atraviesan, queramos o no, horizontalmente sajándonos sin ningún pudor.
Algunos no poseen la conciencia de ser para los otros como un taladro mental que los perfora para imponer su idea de cómo debe ser algo. Simplemente, se sienten impelidos a presionar, sea la ocasión pertinente o no, hasta que el otro cae rendido o se rebela con una explosión directamente proporcional al daño recibido. Entonces, todo se entremezcla y se confunde, yendo de lo negro a lo blanco, de un extremo al otro, como si nunca hubiese existido el matiz, lo gris, lo templado.
Y es que, es cierto que la templanza no es una cualidad o virtud que muchos posean, aún más en estos tiempos en los que la simplificación, ante el desbordamiento de información que mezcla lo falso con lo verídico, es la estrategia más utilizada popularmente para poder hallar algún punto de anclaje.
Al igual que sucede respecto del mundo, los individuos extienden su desorientación en las interacciones con los otros y adoptan actitudes de sospecha continua; variando su posición y provocando que el otro se deslice en contradicciones que, de hecho, le son ajenas, pero aparentan ser propias.
Así, existimos con el dolor propio y el que nos provocan otros, unos más y otros menos, compensándolo con la perspicacia de saber discernir qué nos pertenece y qué no, cómo nos manipulan y a qué chantajes emocionales cedemos y a cuáles no. Esta es la historia de muchos, los machacones y los machados, solo hay que tener claro en quiénes somos en cada situación, ya que podemos adoptar una actitud u otra.
