El genocidio[1] que un Estado comete contra las gentes de otro Estado es un conjunto de acciones concretas, decididas por sujetos identificables y materializadas por otros, que, en una determinada jerarquía, se someten como autómatas a las órdenes que reciben. En el fragor de la matanza, además se cometen atrocidades no ordenadas explícitamente, pero estimuladas por el ánimo de dañar descarnadamente a ese pueblo elegido. Si lo denominamos genocidio es que excede lo que sería una contienda convencional, y la voluntad máxima no es la lucha por el territorio sino el exterminio de un pueblo por razones étnicas, religiosas, nacionalistas, en definitiva, por fanatismos que siempre están guiados por la sinrazón y la amoralidad -ya que no están fuera de lugar en relación con una moral determinada, sino de toda moral-.
A lo largo de la historia, y aunque el término como tal se acuñó a partir de los juicios a los criminales de guerra nazis, se han cometido y se siguen cometiendo genocidios, unos explícitos y desgarradores, y otros que podríamos calificar de sutiles. Entre los primeros, estamos viviendo el genocidio del pueblo palestino que, paradójicamente, el Estado de Israel -no todos los judíos- parecen creer justificado por haber sido víctimas ellos del genocidio cometido por los nazis. Paradójico, sorprendente y falto de compasión con los otros -que no son ni más, ni menos que ellos-.
Entre los segundos estarían aquellos que se cometen contra un pueblo por la expoliación de sus riquezas naturales, sometiéndolos sistemáticamente a condiciones de vida inhumanas. Aquí, hoy por hoy, el continente africano es el espacio donde más se impone el poder y la riqueza de unos para condenar estructuralmente a pueblos a la pobreza, usándolos como obra de mano barata y obligándolos a trabajar casi en régimen de esclavitud. La hambruna y la escasez de recursos de estos pueblos asolan con la muerte de millones de personas, que son aniquilados en un lapso más largo que el del genocidio explícito, en el que las muertes se producen por ataques armamentísticos. No obstante, que la situación de muchos lugares de África sea de extrema pobreza es consecuencia de la explotación de los países más ricos y poderosos, que no reparan en las consecuencias que sus acciones tienen en las muertes que se producen sistemáticamente.
Las formas de justificar, o inclusive de negar, los genocidios son diversas, pero en los que se manifiestan de forma inmediata y atroz, acostumbra a ser una imperiosa necesidad de aniquilar al otro, para no ser aniquilado. Algo parecido argumentaban los nazis respecto de los judíos que siendo muchos adinerados podían acabar apropiándose de Alemania, o sometiendo al auténtico pueblo germánico-ario al imperio de una raza inferior. Israel sigue, actualmente, la consigan de “la mejor defensa es un buen ataque”, y así va de una zona limítrofe a otra para “protegerse” de los “terroristas”. ¿Hay mayor terrorismo que un genocidio?
En estas situaciones – Ruanda, Armenia, Bosnia, … ¿no lo fue la bomba atómica?- el papel de la ONU es cada vez más irrisorio. Sus advertencias no afectan a ningún estado convencido de que debe exterminar a otro, y no posee ningún medio que sirva para frenar un genocidio flagrante que se está produciendo ante la mirada impotente de todos.
En síntesis, nos acosan rostros destrozados, miembros amputados, niños traumatizados, desolación y destrucción masiva, y ojalá nuestros sueños se vieran alterados por estos rostros de miles o millones de inocentes, que a lo largo de la historia y actualmente siguen siendo víctimas singulares, con dolor, con vidas cercenadas de la mayor atrocidad de la que es capaz el humano.

«Siguiendo la voz de mando, tiramos todas nuestras prendas, los zapatos y los objetos que llevamos en los bolsillos a un montón. Aún estamos tiritando ante la caseta de tablas, y ya llegan los camiones. Otros, vestidos a rayas, arrojan nuestras pertenencias a los camiones, que se alejan traqueteando. Cartas, fotografías queridas, unos cuantos documentos de identidad personal que logramos salvar en Topolya desaparecen irrevocablemente en la nada. La frase es elocuente: Lasciate ogni speranza. De aquí no hay vuelta atrás. Si la hubiera, se habrían llevado los objetos físicos en paquetes individuales marcados con el nombre de cada uno. Pero ahora, aunque quisieran, serían imposibles de devolvérselos a sus propietarios. Un método bárbaro y al mismo tiempo asombrosamente simple: despojar a millones a personas de su personalidad, de su nombre, de su condición humana. A varios cientos de kilómetros de mi casa, ¿ cómo voy a poder demostrar que mi nombre es uno y no otro? ¿Cómo voy a demostrar que yo soy yo?»
p. 49-50, József Debreczeni, Crematorio frío
«La idea de que la civilización implica la conquista y el exterminio de las “razas inferiores”o “dañinas” y la concepción instrumental de la técnica como medio de eliminación organizada del enemigo no fueron inventadas por el nazismo. Estas ya eran un “habitus mental” en Europa desde el siglo XIX y el advenimiento de la sociedad industrial. La genealogía trazada en este estudio subraya la pertenencia de la violencia y de los crímenes del nazismo al fondo común de la cultura occidental. No hace de Auschwitz el descubrimiento de la esencia profunda de Occidente pero sí uno de sus posibles productos y, en este sentido, uno de sus hijos legítimos.
Por ende, la singularidad del nazismo no reside en su oposición a Occidente sino en su capacidad para lograr una síntesis entre sus principales formas de violencia. La Segunda Guerra Mundial fue el momento de coagulación de todos los elementos tratados en está búsqueda genealógica. Fue concebida como un enfrentamiento entre ideologías, civilizaciones, “razas”, en una palabra, como un Weltanschauungskrieg. Obsesiones eugenésicas, pulsiones raciales, blancos geopolíticos y cruzada ideológica convergieron en una sola ola destructora. Los judíos, considerados como la encarnación de la Zivilization, grupo dirigente de la URSS, inspiradores del comunismo, antítesis viviente del Lebensraum, bacilo destructor de la raza aria, cerebro del movimiento comunista internacional, se hallaba en el corazón de una gigantesca guerra de conquista y devastación, tonándose así el catalizador de la violencia nazi. La guillotina, el matadero, la fábrica fordista, la administración racional y el racismo, el eugenismo, las masacres coloniales y las de la Primera Guerra Mundial ya habían modelado el universo social y el paisaje mental en los que se concibió y se estableció la “solución final”. Dieron origen a las premisas técnicas, ideológicas y culturales, construyendo al mismo tiempo el contexto antropológico en el que Auschwitz fue posible. Todos esos elementos se hallaban en el seno de la civilización occidental y se desplegaron en la Europa del capitalismo industrial en el período del liberalismo clásico.»
p. 176-177, La violencia nazi. Una genealogía europea. Enzo Traverso.
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Sabes mucho del tema, escribes sobre ello. Es escalofriante… No puedo o no quiero imaginarmelo… Pelos de punta.
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Es tratar de entender el abismo, para evitarlo…no es fácil leerlo…. besos al vacío desde el vacío
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