No somos aptos para todo, aunque tal circunstancia congestione nuestra consciencia y nos resulte difícil de metabolizar, como si por ser humanos supusiéramos que nuestras capacidades deberían irse desarrollando sin limitaciones. La constatación de que unos poseen habilidades, no solo por haberlas ejercitado sino casi de nacimiento, que uno mismo no posee nos provoca indiferencia e incluso cierta gracia si son relativas a manejos y artes que no nos interesan. Ahora bien, desde el momento en el que nos volcamos sin freno al cultivo de una determinada actividad artística, nos daña percibir un otro con más cualidades o más virtuoso. A eso lo denominamos “envidia”.
La cuestión no es tan trivial si nos detenemos a desmenuzar qué es eso de envidiar a otro. De su origen latino, tenemos que invidia significa meter la mirada dentro, es decir penetrar a alguien de tal modo que podamos causarle mal, y de ahí su evolución del sentido hostilidad, aojar, …Así, poner la mirada sobre algo ha derivado en actuar con celos al apercibirnos de lo que hay en el otro, que no parece hallarse presente en mí. El origen es la carencia propia, la falta es lo que genera envidia en el otro, ya que, como decíamos anteriormente, tendemos a considerar que no podemos carecer de aquello que deseamos, o que otro lo posea en más cantidad o cualidad.
Las emociones, el sentimiento de envidia en este caso, no son cuestionables, están, se sienten, pero sí pueden ser entendidas y tal vez, identificar la falla que las ha propiciado. Quizás un equívoco respecto de lo que consideramos que deberíamos ser, como si los otros no tuviesen carencias, que, aunque sabemos que sí, les otorgamos más potencia en algunos aspectos, a veces porque las tienen, otras porque nosotros carecemos de ellas.
En conclusión, envidiar es manifestar aquello de lo que siento que carezco y desearía, lo cual debería situar la cuestión como algo propio, no como algo a reprochar a los otros. Aún más, desear el mal a quien está más dotado puede tornarse en un bumerán, ya que nosotros seremos el objeto de aojamiento de otros que, a su vez, carecen de lo que nosotros tenemos. Una espiral que se prolonga y no contribuye a la mejora de lo humano, sino a la destrucción por narcisismo de lo que me supera singularmente.
