Despojándonos de la palabra asfixiante.

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Las palabras se abortan en el intento de forjarlas porque carecen de la capacidad de retener algo significativo sin que reste disuelto en su careo con lo real. Así, dotados de lenguaje como una herramienta falsaría, elevamos castillos en el aire, o en el mar, …para poder seguir creyendo que controlamos el “suelo que pisamos”.  Sin embargo, algo parece mantenernos confundidos, como si contuviésemos en el pecho una amalgama de emociones que no poseen palabra alguna que las clarifique, y eso nos hace ser conscientes de los límites que tenemos, y aceptar que no podemos autoconceptualizarnos rígidamente, y además ver en ello no solo un límite, sino la fortuna que nos hace posible ser libres, ya que si todo pudiese ser dicho, con la ineludible tendencia a la performatividad del lenguaje, solo seríamos sueños vanos sin posibilidad real de forjarnos como sujetos, y estaríamos ciertamente “sujetado” por el lenguaje de manera absoluta – esto lo vio Lacan-

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