Muciélagos.

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Veo, atemorizada, cómo planean murciélagos sobre mi cabeza. Siento miedo de que alguno enrede sus garras en mi cabello y me arrastre millas, sin que las fuerzas me lleguen para zafarme de él. Son una clara advertencia de que lo interior se ha exteriorizado y se ha convertido en delirio persecutorio.

Todos tenemos algo pendiente, es la condición humana que va dejando atrás cuanto se resiste a ser verbalizado. Entre lo pendiente hay, también, desgarros que sí hemos verbalizado, tenemos cierta conciencia de ellos y experiencia de su retorno recurrente. A veces, sin embargo, la fuerza con la que resurgen nos deja inermes, desvalidos y paralizados, como si hubieran permanecido amagados aguardando el tiempo oportuno. La carga vuelve a ser tremenda y nos resulta inconcebible volver a aplacarla, una vez más. En esos momentos de tensión ante los que cedemos por impotencia todo vuelve a ser negruzco y nos resulta inimaginable que podamos regenerarnos cual ave fénix. No somos semidioses que se rehacen de las cenizas una y otra vez, sino que llega un momento en el que, simplemente, ya no podemos más. Ahí, en ese no poder lo

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