Las «adicciones» invisibles.

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Las adicciones son síntomas de un malestar interior que parece quedar compensado con el “consumo” de la sustancia. Esta “sustancia” no tiene por qué ser propiamente algo que se consume y parece afectar únicamente al cuerpo. Hay una diversidad de adicciones de las que no somos ni conscientes, como la adicción al trabajo, a determinados patrones de relación, a situaciones que nos hacen daño y que, sin embargo, perpetuamos. Algunas socialmente están aceptadas o pasan desapercibidas, otras son juzgadas como “vicios” que el individuo tiene, en el fondo, porque quiere: este prejuicio sigue presente en el alcoholismo, la drogadicción y el tabaquismo.

Aquella advertencia evangélica de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro, refleja las circunstancias que intento describir: condenamos a los otros por sus adicciones sin darnos cuenta de las propias.  Si hiciésemos un esfuerzo, tal vez con ayuda, para identificar a qué soy yo adicto, probablemente nos quedaríamos perplejos de la sutileza de muchas adicciones que no están establecidas como tal, pero que se asemejan por la dependencia, la esclavitud y la gran dificultad para abandonarlas.

Hay quien no sabe estar en el mundo si no es asumiendo el rol de víctima, ante el que los demás expresan su compasión y éste ser el centro de la atención ajena es una clara compensación, es un síntoma de cómo puede manejarse con sus carencias.

Sin embargo, “las adicciones” están exclusivamente asociadas al consumo de sustancias, lo cual tiene su utilidad terapéutica, pero socialmente los adictos son tratados con desprecio, un desaire que no padecen quienes tienen esas otras “adicciones” que no consisten en consumir sustancias materiales.

El coraje de identificar aquello que nos esclaviza y nos deja sujetos a otras voluntades, o a la propia autodestructiva, sería beneficioso para uno mismo y para dejar de erigirse en juez sumarísimo de los otros.

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