«La falta» primordial.

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Todos empezamos a ser sujetos a partir de una falta, una carencia. Esa imposibilidad que moviliza el deseo, pero que a su vez nos recuerda lo desvalidos y vulnerables que somos. Sin la conciencia de ser siempre deficitariamente nuestra posición en el mundo sería mera fantasía, ya que nos consideraríamos sujetos capaces de satisfacer todo deseo, mientras que la auténtica presencia del deseo depende, precisamente, de su no satisfacción.

Sin deseo no hay vida, sino un estar sin pasión en quietud; y la vida si se paraliza, muere. La clave resida en aprender, y cada uno es cada cual, a lidiar con esta tensión ente el deseo y la no-satisfacción sin que la frustración anule el fluir de ese desear que nos vitaliza.

El reto más difícil para el humano es aceptarse como un sujeto impotente ante esa plenitud a la que aspira, que identificamos falazmente con satisfacer lo imposible. Gozar, en esta tensión entre lo dañino y lo placentero, es lograr un cierto equilibrio, que siempre está en riesgo. Es como si fuésemos los vigías de nosotros mismos y tuviésemos que estar en un cierto estado de alerta -ansiedad- para evitar confusiones que pueden ser perjudiciales. Asumidos humildemente los límites que nos hacen ser contingentemente lo que somos, solo hay que dirigir la mirada hacia horizontes que puedan llegar, parcialmente, a desdibujarse, y celebrarnos en esa falta primordial que es sin duda la que nos hace humanos.

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