Ciertamente, vivir es un desafío del azar. Aunque su condición eventual no le resta un ápice de complicación. Cuando la inmediatez nos asfixia ocupamos en lugar de una posición de sujetos, una de sujetados; Estamos comprimidos por la falta de distancia, que es necesaria, por los bombardeos que escupen sangre y miembros, por nuestras propias carencias pendientes, por no poseer la energía, la fuerza de recomponernos y reconstruirnos como sujetos, que, aunque siempre carentes, son capaces de pensar, analizar, sentir y decidir.
El aire que respiramos se convierte en una nube toxica que nos anula, nos anestesia, nos hace reaccionar sin posibilidad de actuar. Existimos respondiendo a los envites de la realidad y acabamos hastiados, vacíos y muertos vivientes.
El estado descrito está presente en todos en algunos periodos de la existencia: todos pasamos por la experiencia de ser sujeto, y la de estar sujetados, y ciertamente vivir es el reto de desprendernos de las sujeciones que exceden nuestra condición, que no nos corresponden necesariamente y de las que podemos zafarnos. Sin embargo, esto requiere estar atentos, escuchar y escucharnos, pensar y sentir lo que sucede con el coraje de planear por encima de lo inmediato, a fin de que nuestra respuesta sea siempre acción, o en la mayoría de los casos.
Tan solo si nos des-sujetamos, y luchamos por no ser pasto de la rapidez de la inmediatez que nos hunde en el fango, podremos sentir que vivimos. Lo cual solo nos reporta una conformidad con nosotros mismos, nada de premios ni halagos, ni elogios ni recompensas, simplemente la percepción de haber intentado vivir desde nuestra subjetividad, o esa intersubjetividad sin la que no somos nada.
