¿Regreso a los fascismos?

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Se está produciendo un rebrote de la ultraderecha preocupante, que no es azaroso. Si analizamos las condiciones socioeconómicas y culturales que, se dieron hace menos de un siglo, allanando el terreno a esta ideología que solo puede derivar en dictaduras que exterminan lo diferente -sea en el aspecto que sea-, veremos paralelismos ante los que algo deberíamos hacer.

Toda ideología extremista necesita un enemigo para afirmarse, es decir, se constituye como la negación de algo otro a combatir. Si en un principio, en el S. XX la amenaza pareció el comunismo -aunque, de facto, lo más grave fue el nazismo que se hizo llamar socialista-, hoy el enemigo es diverso, pero podríamos resumirlo en lo que se ha dado en llamar la cultura woke. [1]

Como ya ha sucedido en otros contextos históricos, las ideologías que legitiman determinadas acciones y actitudes no son más que el relato que consigue aunar un malestar más profundo en la sociedad. En cuanto el individuo es, además, gregario necesita sumarse a un discurso ajeno, hacerlo propio, aunque sea a base de cuatro eslóganes, y fortalecer su sentimiento de pertenencia al lado que defiende “la verdad”.

Sin embargo, la realidad social es muchísimo más compleja, llena de grises matices y de motivos que afectan directamente a la vida de los individuos. No podemos ignorar, en este sentido, que desde hace años la polarización económica entre los más ricos y los más pobres aumenta, incluyendo una progresiva desaparición de lo que fueron las clases medias, las cuales vivían bien y además podían ahorrar para aumentar relativamente su patrimonio. En la actualidad, abundan los ciudadanos que viven económicamente al día, o peor aún a duras penas sobreviven -hallándose inmersos en una pobreza difícil de superar- con relación a un grupo minoritario de ciudadanos con poder que acumulan mucha riqueza. En este contexto, es fácil buscar chivos expiatorios de los males que asolan a los que malviven y, en este sentido, el aumento de los movimientos migratorios durante lo que llevamos de siglo ha sido la diana que explica todos los males en los relatos ultraderechistas. Relatos simples, que conectan con las dificultades de integración de los inmigrantes y la política nefasta que se ha llevado a cabo en Europa -cuando era un fenómeno absolutamente previsible y necesario por ambas partes- para gestionar una realidad compleja.

Estas ideologías antiinmigración llevan a creer a los ciudadanos que es mejor renunciar al Estado del Bienestar porque, después de todo, solo se benefician los inmigrantes. Lo cual, además, sugiere de inmediato que si ellos no estuvieran habría más trabajo, cuando en realidad no es un momento ni mucho menos crítico en la búsqueda de empleo, y viviríamos mejor porque todo sería para los del país. Estas ideas simplistas, fáciles de difundir y que calen a través de las redes sociales no están avaladas siempre por datos objetivos. Sabemos que éstos pueden ser utilizados con intencionalidades contrapuestas, pero debemos evitar que se oculten una parte importante que podría llevarnos a todos a tener una visión más amplia de la situación.

La denominada “ideología woke” defiende la inclusión de cualquier individuo al margen de su origen o raza, entre otras muchas condiciones, y sería un error que se llegue a sostener de manera extrema sin permitir que se manifiesten o expresen otras ideas, como si solo las progresistas fuesen las verdaderas.

El primer error, cometido por parte de todos es llevar al terreno del discurso político al ámbito de la verdad o la falsedad. En lo referente a la política hay formas más dignas de organizar la sociedad y formas que excluyen y niegan dignidades; estamos entonces en el terreno ético-político, nunca epistemológico. Lo que cabe consensuar, abandonando posturas inflexibles, es qué consideramos básico para todo ciudadano, quién es o no ciudadano y con qué criterio, y cómo es posible la vida en com-unidad desde la diferencia. Y los diferentes somos todos, algo que se acostumbra a atribuir principalmente a determinados colectivos. Lo diferente puede ser todo lo que a unos y otros incomoda, y es obvio que la misma diferencia hace que lo que nos incomoda sea distinto.

Lo que considero nuclear es no dejar que ninguna ideología confunda sobre cuáles son las cuestiones prioritarias para resolver urgentemente en cualquier sociedad, y estas no han cambiado tanto, porque el sistema, la estructura económica en la que vivimos es la misma, el capitalismo. Y, ante este, hay que reclamar: trabajo como medio de existencia, no como fin en la vida; vivienda en la que crear un hogar y educación -auténtica, no creación de ciudadanos en serie- para que la justicia y la igualdad social y de oportunidades sea cada vez más posible.

Lo que, en última instancia, debería llevarnos a una crisis – análisis, reflexión y transformación- es el pavor a repetir, con distintos protagonistas, las mismas atrocidades del siglo pasado: genocidios que ya se producen, aunque el más destacado sea el del pueblo palestino por parte del Estado de Israel, dictaduras que anulen nuestras libertades a bases de represión y asesinatos, y como se suele decir, el peligro de que la historia se repita. Ahora con más medios tecnológicos para destruir al otro, con una impunidad impensable hace cincuenta años, y, en definitiva, la constatación de que el homo sapiens, no es para nada sapiens.


[1] Woke («despierto» en inglés) es un término originado en la comunidad afroamericana de Estados Unidos como forma de referirse a quienes se enfrentan o se mantienen alerta frente al racismo.[1]​ Posteriormente, el término empezó a abarcar otras cuestiones de desigualdad social, como la desigualdad de género y la negación de derechos a las personas LGBT.[2]​ Desde finales de la década de 2010, el término también se ha utilizado para referirse a algunas políticas progresistas o de izquierda relacionadas con la justicia social y las políticas identitarias.[3]​ Para el 2020, sectores conservadores y ultraconservadores de derecha y extrema derecha en varios países occidentales empezaron a usar el término woke, a menudo de manera despectiva, como forma de denominar a varios movimientos e ideologías progresistas o de izquierda que ellos perciben como excesivamente entusiastas, agresivos o susceptibles, además de acusarlos de censurar opiniones discrepantes mediante la llamada cultura de la cancelación.[4]​[5]​

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