Nadie dijo que fuera fácil lleva grabada una pulsera que me regaló una de mis hermanas. Tampoco nadie nos consultó si queríamos jugar a vivir. Nos arrojan al mundo y ahí empieza lo malo, lo peor viene después. Ciertamente hay madres y padres amorosos que nos cuidan, nos educan para que seamos aptos para este mundo.
Tampoco es fácil educar. Nos gusta soñar con que nuestros hijos sueñen, pero a la vez nos corresponde transmitirles un principio de realidad. Y ni nos gusta a nosotros, a menudo, ni les gusta a ellos, mas de lo contrario serían unos incapacitados para vivir, y no solo existir.
A medida que crecen, y todos hemos pasado por eso, van desarrollando estrategias para habitar el mundo de la manera más benigna. Unos se instalan en una especie de pseudorealidad que contiene elementos alejados de la realidad en la que se hallan. Hay quien cree, en contra de Sócrates, que la ignorancia nos hace más felices, y por ello le dan la espalda a los acontecimientos punzantes y dolorosos. Se protegen como los caracoles, se insensibilizan ante lo que no pertenece a su entorno más próximo y así, creen ser más felices.
Otros se implican en el mundo que les ha tocado vivir, pero se van sintiendo impotentes ante tanto sufrimiento y dolor. Y otros sueñan y se juegan la vida por cambiar lo que casi nadie cree que pueda ser cambiado, pero se sienten coherentes con sus convicciones y no cómplices pasivos de tanta desgracia, abuso de poder, violencia, masacres.
Ninguna opción es mejor que otra, eso depende de cada sujeto y de su idiosincrasia. Somos diferentes, diversos y no todos capaces ni dispuestos a lo mismo.
No obstante, no sería franca si no reconociera que la insensibilidad de muchos de los que vivimos bien, lo cual tampoco significa felices, me rasga por dentro. No puedo imaginarme lo que es haber nacido en guerra, ser adulto y seguir en guerra. ¡Hay tantas personas así! No valoramos la suerte que hemos tenido de que el azar genético nos halla situado donde estamos. También es cierto que hay personas ya nonagenarias que sufrieron la guerra civil en España, los coletazos de la II guerra mundial junto con la dictadura franquista. Ellas sí saben de lo que hablo, aunque por fortuna han disfrutado de años de paz.
La existencia es, para muchos, un infierno inimaginable y seguramente han perdido tanto y a tantos que su esperanza no sea lo que los mantenga vivos, sino una fuerza que les une a los que padecen lo mismo y una voluntad de ayudar y colaborar con los más próximos que aún les quedan.
Hay quien se queja con muchísima razón. Ante esos gritos no podemos más que callar.
