Sobre asuntos que no nos afectan directamente opinamos, vertemos argumentos más o menos consistentes y justificamos. Sin embargo, aceptar, asumir y comprender aferes que nos tocan la fibra emocional es mucho más complejo. Aquí la bifurcación entre lo que sentimos y lo que pensamos con firmeza se agudiza. El motivo no es difícil de entender: nuestros sentimientos prevén, se anticipan y presienten lo que ni ha sucedido, ni tal vez nunca sucederá. El sentir está emparentado con la angustia y con el miedo, y ante esa fuerza irracional no hay argumento posible.
Tal vez, deberíamos ser tremendamente cautos profiriendo pareceres antes de experimentar en carne propia aquello de lo que opinamos, y con la amplia perspectiva de quien ha pesado y experimentado, y está en condiciones de repensar arraigado a la experiencia, retomar el asunto para mostrar la complejidad que las contingencias de la existencia humana presentan.
Mira, observa, cultívate y cuando emerja de tu experiencia, habla.
