Hace unas horas, observaba en el parque a dos migrantes sentados en distintos bancos con sus móviles. No era el primer día que me apercibía, sin embargo, esta noche -ya eran la 1 de la madrugada- he sentido un pálpito del que ha emergido una intuición. Esas personas, que varían en número según la noche, posiblemente estén charlando con sus seres queridos, esos que han dejado atrás no por capricho ni deseo expreso, sino por necesidad. Me preguntaba si hacía meses o años de esas separaciones, que cualquiera puede entender que deben ser muy dolorosas, un hueco agrío que regurgita durante toda su jornada laboral, sea cual sea la que han logrado: con contrato, en negro, bien tratados o explotados.
La sociedad, en general, y los discursos egoístas e insensatos proliferan cada vez más, no calibra el daño que sufren esas personas solo por el hecho de haber emigrado, abandonado sus casas y, sobre todo, a esos seres que forman parte fundamental de sus vidas y por los que seguramente estén en nuestro país.
Nos cuesta mucho ver el dolor de los otros cuando son personas racializadas, o de otros grupos sociales distintos. Somos mucho más empáticos con los que se asemejan a nosotros, y cuanto más mejor. Aunque lo peor es que sospecho que no es por las diferencias culturales, sino porque los vinculamos gratuitamente, a menudo, a delincuentes, personas indeseables que han venido aquí a amargarnos la vida. Esas creencias están muy arraigadas en nuestro interior y nos dificultan acogerlos como humanos que son.
Lo expuesto no excluye que deben trabajar, pero debemos darles la oportunidad de que lo hagan -simplificar las burocracias, las barreras que les resultan insoportables-, y sus derechos tendrán como ciudadanos que viven y trabajan en un país que está aumentando su PIB gracias también a ellos. Aunque uno de los problemas más graves de fondo es quiénes son ciudadanos y tienen derechos y deberes, y constituyen una grieta intolerable para la diversidad de nacionalismo que son siempre excluyentes. Uno de los problemas que provocó la crisis del Estado-Nación fue precisamente esa identificación de ciudadano-nacional, nacido aquí, que de inmediato supuso la vorágine iracunda contra las minorías de otras razas u otros lugares no considerados demasiado deseables. Trazos ha dejado la historia: la segunda guerra mundial, y muchos genocidios que sin estar tan candentes como el que se está produciendo en Palestina, Sudán, no son menos importantes. Siempre acude a mi mente el genocidio de Ruanda En 1994, en sólo 100 días, alrededor de 800.000 personas fueron asesinadas en Ruanda por extremistas del grupo étnico hutu. La matanza fue un intento de exterminio de la población minoritaria de los tutsis y se calcula que aproximadamente 70% de ellos murieron.(1) Una étnia se consideraba con más derecho que la otra a hacer de un territorio, su territorio y de ahí que intentará exterminar a la otra. No viene al caso ahora que factores llevaron a ese odio, a ese miedo del otro; tampoco podemos profundizar en otros casos en este post.
Siempre me he preguntado: ¿qué es más importante las vidas humanas y que podamos vivir todos en paz y cubriendo las necesidades básicas, o los territorios, quien se apropia de las tierras y de su riqueza. La respuesta parece obvia: el expolio de las tierras que servirán para que unos Estados dominen y se enriquezcan a costa de otros. Tras tanto dolor, muerte, rechazo, …siempre yace la economía como un terremoto que pone a los más ávidos que tienen como fin prioritario de su existencia tener, enriquecerse, aunque cueste la vida de millones de personas.
Volviendo a la cuestión inicial, los movimientos migratorios actuales de una envergadura impensable son consecuencia de esa voluntad de robar a unos para que vivan con lujo otros. O que vivan.
Si analizamos globalmente la cuestión, podemos entender que si unos son pobres porque otros los expoliaron, sus descendientes tienen derecho a venir a nuestras tierras para poder vivir de lo que fue robado con anterioridad. Esos son los migrantes, los bisnietos o más lejanos en el árbol genealógico de los que fueron eliminados salvajemente para apropiarse de sus materias primas y toda la riqueza de la que vivían en sus tierras.
No soy ingenua, y estas llegadas hay que regularlas para agilizarlas y que todo se pueda producir de la manera más pacífica y menos dolorosa para todos. Pero es necesario actuar ya, con justicia, empatía y, por si alguien no se ha enterado, ayudarnos mutuamente porque nosotros necesitamos de personas que con su trabajo puedan venir a compensar el envejecimiento preocupante de la población europea, al menos. Sin ellos no saldremos adelante, si no es por justicia al menos que de las instituciones, políticos que dependa hagan algo por conveniencia. En esos son expertos.
(1) Redacción. Título del autor,BBC News Mundo. 7 abril 2024

Y no podemos obviar que los movimientos migratorios han sido el motor de la Humanidad; el nomadismo humano supuso el intercambio de conocimientos e ideas que hicieron avanzar a los pueblos y forjaron las identidades. Aunque solo sea por eso, deberíamos ser más receptivos con quienes, no por afán de conquista sino por necesidad imperiosa, se ven, actualmente, abocados a buscarse la vida lejos de su entorno.
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Totalmente de acuerdo!!!!!!
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