La Filosofía como resistencia a la reducción algorítmica por Ana de Lacalle.

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Como antesala al evento del CLUB MUNDIAL DE FILOSOFÍA

Artículo publicado en el nº VI de la revista indexada ANGAÚ. HUMANIDAD CUÉ. ¿PARA QUÉ FILOSOFÍA EN TIEMPOS DE ALGORITMOS?

Las sociedades contemporáneas están sometidas a una vorágine de cambios vertiginosos. Aquí vamos a detenernos en cómo la denominada Cuarta revolución industrial está modificando todos los ámbitos de lo público y lo privado —difuminando, incluso, el límite entre uno y otro—, de lo político-social, en términos más amplios, y si en particular estas transformaciones pueden llevarnos a considerar que la condición humana está caducando, y en consecuencia la Filosofía se torna algo anacrónico, que no tiene lugar en una sociedad organizada por algoritmos.

Para adentrarnos en la primera cuestión, a saber, si lo humano como tal está llamado a diluirse fruto del desarrollo científico-tecnológico, situaremos sucintamente de qué hablamos cuando nos referimos a lo humano.

La especie humana, como ya sabemos, es el resultado de una evolución biológica que propició por su ventaja adaptativa la gestación de un cerebro, una materia que acabó pensándose a sí misma. Esto, mientras no se demuestre lo contrario, parece un hito sin precedentes en la naturaleza. La aparición de la conciencia de sí y la capacidad inteligente y de abstracción permitieron a este primate aventajado el uso de un lenguaje simbólico—sin referirme cronológicamente a la aparición de uno u otro, cuya cuestión es algo sin resolver definitivamente— mediante el cual podía referirse a cosas que o no estaban presentes materialmente o no poseían una materialidad. Este acontecimiento permite un desarrollo de lo que se ha dado en llamar la naturaleza cultural, siendo hoy en día una oposición —natura-cultura— superada desde el momento en que somos capaces de reconocernos como un híbrido constituido por lo biológico y lo cultural difícilmente discernibles como elementos aislados, y que conforman lo que denominamos la condición humana. Esta vasta descripción tiene como propósito partir de un presupuesto, casi universalmente aceptado, que pueda ser el punto de partida para entender lo humano y su posible, o no, contraposición con lo tecnológico, resultado de la revolución mencionada.

Así, y debido al desarrollo cultural, lo humano es diverso y difícilmente catalogable bajo un concepto-esencia fijo, sus manifestaciones, fluctuaciones y variaciones constituyen esa condición que sigue cambiando a gran velocidad. Aquí se ubica significativamente la cuarta revolución industrial y las grandes mutaciones que se están derivando y se derivarán de ella. Según Patricia Reyes, la Cuarta Revolución Industrial nos enfrenta a tecnologías poderosas y revolucionarias, entre ellas los algoritmos, capaces de ejecutar actividades complejas y predecir conductas a través del aprendizaje automático. Y lo que es más alarmante y merece nuestra reflexión es que estas tecnologías están impactando profundamente nuestras vidas, dirigiendo nuestra existencia, por ello se habla de “algoritmocracia” o gobierno de los algoritmos.[1]

Para ser más explícitos, no estamos hablando tan solo de máquinas que sustituyen fuerza de trabajo, sino que pueden llegar a sustituir la capacidad cognitiva y de toma de decisiones de los humanos. ¿Qué restará de nosotros si la tecnología diseña máquinas-robots con mayor capacidad que los humanos de elegir la mejor de las opciones entre muchas? ¿Será eso posible?

En una de sus últimas obras, Yuval Noah Harari afirma, con rotundidad, que:

En las últimas décadas, la investigación en áreas tales como la neurociencia y la economía conductual ha permitido a los científicos acceder a los humanos, y en particular comprender mucho mejor cómo toman las decisiones. Se ha descubierto que todas las elecciones que hacemos, escoger desde la comida hasta la pareja, son resultado no de algún misterioso libre albedrío, sino del trabajo de miles de millones de neuronas que calculan probabilidades en una fracción de segundo. La tan cacareada «intuición humana» es en realidad «reconocimiento de patrones».[2]

Considerando que podemos entender —de forma simplificada, dada la enorme complejidad del asunto— que un algoritmo es una secuencia ordenada y lógica de pasos con el fin de llegar a un objetivo que resuelve un problema[3], advertimos que la eficacia de una decisión, es decir el mejor medio para llegar a un fin, no es el único elemento sustantivo en relación con el proceso de reflexión y toma de decisiones de los humanos. Sería frívolo obviar que este proceso debe estar regulado por criterios éticos que intervengan decisivamente en las respuestas o acciones por las que nos inclinamos los humanos ante un problema. En consecuencia, la contundencia de Harari al establecer una simetría estricta entre los algoritmos y las redes neuronales, podemos considerarla, como mínimo, excesivamente aventurada. Las neurociencias se hallan en la actualidad en el umbral de su nacimiento; muestra de ello es que el cerebro humano sigue siendo un gran desconocido y del cual empezamos a tener algunos conocimientos, pero tal vez no tan significativos como para realizar esa semblanza y creer que, ciertamente, un constructo algorítmico puede completamente sustituir el funcionamiento de las redes neuronales que, no hay que olvidar, también se ven alteradas por inputs que le llegan del exterior, que modifican y readaptan dichas conexiones. Lo dicho se sustenta en la enorme plasticidad del cerebro humano que las neurociencias han constatado. Todo esto no le sucede, por el momento, a un patrón algorítmico.

En el sentido expuesto, y recuperando la primera hipótesis que sostenemos en este escrito, resulta aún objeto de la ciencia ficción que la IA vaya a suplantar y alterar la especie hasta lo que se ha denominado un ser poshumano, con la consecuente disolución de la condición humana, y la aparición de una nueva especie. Es cierto que hay que anticiparse a estas conjeturas futuras que no son inviables, o no poseemos la certeza de que lo sean. Sin embargo, tenemos tiempo para pensar sobre el futuro de lo humano, en el caso de que este sobreviva a la emergencia climática o la hecatombe del sistema económico, y no se quede todo en una quimera.

Lo dicho, no menosprecia que algunos de los riesgos de determinados usos de los algoritmos ya son casi una realidad, y que, si no repensamos el sentido del poder que de momento está en nuestras manos —las humanas—, un fenómeno nada lejano podría llegar a ser el autoritarismo digital. Muchos especialistas sostienen que esto ya se ha experimentado durante la pandemia por covid-19.

Recordamos aquí la necesidad de que todos estemos alfabetizados en computación, atendiendo a las enseñanzas de Paolo Freire que alude a los saberes mínimos que toda persona debe tener en cuenta para leer críticamente y a la vez poder interactuar sobre su mundo y nuestro mundo, que hoy está soportado, en gran parte por los algoritmos[4]. Precisamente este potencial de dominación que tienen los algoritmos exige que nuestra posibilidad de prever y conducir el curso de esta revolución tecnológica esté sustentada en una universalización del conocimiento básico de lo que las máquinas programadas, las redes sociales, etc.… pueden llegar a hacer con nosotros, de manera subrepticia y sin que tan siquiera nos apercibamos.

Es este el momento en el que, expresada la voluntad de ser los humanos los que dirijamos a las máquinas y no a la inversa, para que lo humano siga siéndolo y desterremos la amenaza de un poshumano robotizado y anulado en lo que de genuino posee nuestro ser híbrido, cabe repensar si para que la humanidad no caduque, la Filosofía tiene alguna función o lugar en este nuevo entorno, que es ya presente, y que con más complejidad será futuro.

La digitalización de la existencia del individuo que se disgrega en un conjunto de datos traducidos a algoritmos, a partir de los cuales puede inducirse al individuo inclusive a la toma de decisiones, puede ser desvelada, puesta en cuestión y revertida por la Filosofía. Y esto no porque esta disciplina, actividad o como queramos denominarla posea ningún halo mágico. Tampoco porque nuestro empeño sea defenderla a ultranza por intereses corporativista, sino porque, y esta es su fortaleza, la Filosofía no es susceptible de ser reducida a algoritmos. Intentaremos argumentar el porqué.

La actividad filosófica se inicia a partir de preguntas sobre algo que es mirado como problemático. Expresar mediante algoritmos una pregunta exige, para que la cadena funcione, dar respuestas que respondan a una determinada rutina. Quienes ejercen la filosofía si algo han aprendido es que una pregunta siempre puede ser reformulada a partir del intento de buscar posibles respuestas. Esto implica un movimiento de fluctuación hacia adelante y de retroceso, a veces inverosímil inicialmente, que difícilmente quienes diseñan las cadenas algorítmicas prevén. La razón principal es que si en el intento de traducir a algoritmos lo filosófico, alguien es capaz de esa dinámica dialéctica, tal vez estemos ante un filósofo y no un informático, y, por ende, se apercibirá de que ni es viable con la rigurosidad que exige lo algorítmico, ni tan siquiera resuelta eficaz digitalizar procesos filosóficos que pueden resultar infinitos.

Aquí es preciso recuperar la idea, expuesta anteriormente, sobre la posibilidad de que la actividad neuronal y sináptica con su plasticidad y sus imprevisibles recovecos ante los inputs que recibe externamente pueda ser reducida a algoritmos. La creatividad, imaginación y otras capacidades del cerebro humano pueden ser vinculadas con áreas del cerebro humano, seguramente no de manera unívoca, pero tal vez no pueden ser previstas por una rutina algorítmica, aunque esta considere diversos sentidos en los que puede cursar esa actividad neuronal.

Cabe, además, no perder de vista el uso que puede hacerse de este proceso de reconvertir los datos de la actividad humana en algoritmos, y de que la reflexión ética es imprescindible para establecer los límites infranqueables.[5]Como asevera Yuval Noah Harari el problema real de los robots no es su propia inteligencia artificial, sino más bien la estupidez y crueldad naturales de sus amos humanos.[6] Constatación similar a la conocida y popular de Einstein: “solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera”

En este sentido, el mayor antídoto contra la estupidez es la actividad filosófica y, como hemos intentado mostrar, aquella que puede zafarse de convertirse en una rutina prevista, ya que es inherente a ella, precisamente, el desvelar mecanismos solapados que dirijan, sin conciencia por parte del individuo, el pensar y el hacer humano. La filosofía puede y debe desmontar las formas de dominio ajenas a la voluntad de los individuos y su consecuente manipulación.

Restan muchas aristas sobre la digitalización de lo social, político y económico que afectan directamente al mismo concepto y praxis de las democracias, obviadas aquí con la esperanza de que otros colegas ahonden en esa problemática nada menor.

En este artículo hemos pretendido explicitar que si la Humanidad, o lo que hemos dado en denominar condición humana, puede no convertirse en una contingencia relevante del pasado -humanidad cué- es o será por mor de la Filosofía, en cuanto esta puede ser el bastión que sustente la voluntad de que sean los humanos los que orienten el desarrollo y el uso de estas potentes tecnologías, siempre en favor de potenciar vidas dignas, individual y comunitariamente. 

CITAS:

[1] Reyes Olmedo, P. Límites a la tecnología: la ética de los algoritmos. E-book “Inteligencia Artificial y Derecho, un reto Social”. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Albremática, 2020.

[2] Yuval Noah Harari. 21 lecciones para el siglo XXI. Pg.36. 2018, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U

[3] Roberto Aparicio y Jorge Martínez-Pérez. EL ALGORITMO DE LA INCERTIDUMBRE. Editorial Gedisa, S.A. 2021. Artículo de CARLES GELI, Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está autorrealizándose EL PAÍS con.  Barcelona – 07 FEB 2018 – Pg.15

[4]   Roberto Aparicio y Jorge Martínez-Pérez. EL ALGORITMO DE LA INCERTIDUMBRE. Editorial Gedisa, S.A. 2021. El capitalismo de la vigilancia. Entrevista con Shoshana Zuboff. Pg, 22

[5] https://goblab.uai.cl/algoritmos-eticos/

[6]   Yuval Noah Harari. 21 lecciones para el siglo XXI. Pg.84. 2018, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U

Bibliografía

– Aparicio, Roberto y Martínez-Pérez, Jorge. El algoritmo de la incertidumbre. Editorial Gedisa, S.A. 2021

– Néstor García Canclini. Ciudadanos reemplazados por algoritmos. Colección CALAS. Bielefeld University Press. 2020.

– Kurzweil, Ray, La Singularidad está cerca. Cuando los humanos transcendamos la biología. Copyright © Lola Books GbR, Berlin 2012. http://www.lolabooks.eu. Copyright © de la traducción: Carlos García Hernández

– Harari, Yuval Noah. 21 lecciones para el siglo XXI. 2018, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U

–  Reyes Olmedo, P. Límites a la tecnología: la ética de los algoritmos. E-book “Inteligencia Artificial y Derecho, un reto Social”. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Albremática, 2020.

– Susan Schneider, Inteligencia artificial. Una exploración filosófica sobre el futuro de la mente y la conciencia. 2021. KOAN EDICIONES.

WEBGRAFÍA

https://es.scribd.com/document/441914508/3-La-sociedad-de-los-algoritmos


Plural: 3 comentarios en “La Filosofía como resistencia a la reducción algorítmica por Ana de Lacalle.”

  1. Como toda actividad humana, a pesar de no estar explícita, existe una filosofía de fondo que guía los algoritmos. Pensemos en casos muy simples como las publicidades digitales que guían al lector o lo inducen a error para que toquen un botón y adquieran un producto. Es decir que si proyectamos estos «errores» a algoritmos más sofisticados el peligro de la manipulación es inminente. Otro ejemplo podrían ser los algoritmos de las páginas de citas, que inducen a la búsqueda de una pareja basados en similitudes de intereses. ¿Es así? ¿Nuestras relaciones se van a guiar solo por las similitudes? Estamos sujetos a la lógica y la filosofía del programador. Otro ejemplo son los juegos en línea que disfruta tanta gente, sobre todo los adolescentes. Premian el aprendizaje de un modelo que propone un programador. Me pregunto si el pensamiento crítico no está siendo afectado por esa lógica de aprendizaje. En fin, surgen muchas preguntas y como bien dices en el artículo, son preguntas que se multiplican al infinito.
    Gracias por este artículo que nos pone a pensar!

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