Esos instantes, tan infinitos como abundantes, en los que se paraliza la percepción interior del sosiego coadyuvante a la supuesta madurez, se volatizan logros, heridas cicatrizadas y todo cuanto alardeábamos haber cobijado y lacrado. Acaso sea la ignorancia de lo propio y ajustado lo que nos precipita, sin advertencia, y nos arrincona atónitos en el
