Restamos licuados por acontecimientos que sobrepasan nuestra resistencia a devenir entes en estado líquido; por ello nos desustanciamos, fragilizamos ante el reto de vivir y nos aferramos a banalidades sustitutivas, que parecen proporcionar esos anclajes que como entes licuados hemos perdido. Pero, como lo falaz es siempre superfluo, fluctuamos con tal intensidad que adquirimos conciencia