Enjuiciar, sin prudencia

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Tendemos a sentenciar y a enjuiciar la actividad ajena, sin pudor ni asomo de elegancia, prescindiendo de si lo hacemos en público o en privado y con posibilidad de argumentación. De esta forma la opinión puede sesgar injustamente un esfuerzo que queda decapitado en el sótano de los fracasos ocultos. Sea acertado o no el veredicto emitido.

Lubricante para las palabras y engreimientos a ver si suavizados adquieren ternura y empatía.

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