Filosofía a sorbos literarios

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Ubicados en lo que hemos denominado –junto con otros compañeros- la filosofía fragmentaria, se nos presentan formas diversas de escribir y desarrollar cuestiones claramente filosóficas.

Ya no estamos sujetos al imperativo de exponer un todo racional, coherente y con una estructura prácticamente definitiva. Eso es cosa de una época en que las certezas se tuteaban con filósofos y científicos. Hoy huérfanos de referentes intocables, cuestionados todos y fallecidos algunos, intentamos ir elevando nuestras indagaciones en un zigzagueo horizontal, sin la urgencia de que la verticalidad llegue o se imponga. Además hemos adquirido conciencia de nuestros límites y posibilidades y por ellos aceptamos que podremos ir reconstruyendo algo dialécticamente, a pedazos y, por ende, fragmentariamente, con las aportaciones que desde distintas perspectivas y modos de hacer filosofía vayan apareciendo. Esto no es un fracaso, la filosofía es también hija de su tiempo, y desde él debe seguir ejerciendo su función crítica, pero no fuera de él.

La Filosofía basada en el reconocimiento acoge esta realidad como rica y diversa; una oportunidad donde la creatividad puede no encontrar trabas y ser, en este sentido, un acicate que nos permita desprendernos de las inercias heredadas, que siguen constriñéndonos y enjaulándonos en una maraña de prejuicios.

Entender la filosofía como un quehacer crítico cuyas formas de expresión escritas –al ser un pensar fragmentario- pueden ser muy diversas, desde el aforismo, pasando por la novela, la obra de teatro y la poesía –junto por supuesto a otras formas más tradicionales- exige un cambio de perspectiva sustancial, pero junto a esta  la convicción de que un mundo acelerado como el nuestro necesita dosis de pensamiento crítico que sea capaz de asimilar el homo-consumer en la vorágine en que vive.

Una Filosofía arraigada a la existencia debe tener este rostro difuso, para poder devenir el rostro de todos.

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