La Constitución caducada

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La celebración del día de la Constitución de 1978, que se aprobó como la única salida viable de una dictadura con visos de continuidad, debería tener un tono más ajustado a lo que hoy la diversidad de ciudadanos del Estado Español podría festejar.

Fue un pacto para dar por zanjadas heridas abiertas, ningunear a las víctimas fueran del bando que fueran –aunque algunas tal vez habían sido compensadas- y revestir de demócratas a verdugos de la dictadura que no estaban dispuestos a perder el poder sin resistencia. Una  especie de punto final y empezamos desde cero.

La transición democrática fue un proceso duro y lento en el Estado Español, y aún nos vemos reflejados en el pasado cuando ciertas demandas, que son de justicia, no pueden llevarse a cabo porque la “Justicia” española lo impide: no se pueden juzgar crímenes del franquismo como se ha hecho en otras dictaduras, y siempre se ha intentado presentar la nuestra como  mucho menos sangrante que otras dictaduras que hemos conocido. Aunque sea el país con más fosas comunes después de  Camboya.

Visto esto, la Constitución actual fue útil para determinados objetivos en su momento, como que hoy, por ejemplo, disfrutemos de una de esas mediocres democracias sometidas al neoliberalismo capitalista, donde menguan los derechos y se degradan las condiciones de vida. El mal menor, dicen algunos.

Pero ¿Qué debemos celebrar? Entiendo que sobre todo debemos reconocer su utilidad en aquella difícil coyuntura y reclamar una nueva constitución que responda a la realidad que, tras 38 años, ha sufrido cambios vertiginosos en las formas de vida, la cultura y la manera de entender el mundo. Ese pacto social entre el Estado y los ciudadanos –que no es sagrado e intocable- debe ser adecuado a les exigencias de la sociedad donde tiene vigencia y estar legitimado por los ciudadanos que hoy se someten a ella –no por sus abuelos-

Celebremos la posibilidad de constituir otro marco legal.

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