Lo políticamente correcto es lo que puede ser aceptado como verdadero- sin serlo- en el seno de una sociedad, una institución, o un grupo. Aunque expresado tal cual parezca inverosímil, los individuos que se adaptan con más eficacia en las estructuras sociales son los que manejan con habilidad el arte de decir lo adecuado y lo que puede ser escuchado en cada contexto.
Imaginemos que nos hallamos en la celebración del décimo aniversario de la graduación de una promoción de pedagogos de la Universidad de Barcelona. Quien se ocupe de pronunciar el discurso de conmemoración debería destacar la aportación de la pedagogía en general, y de los pedagogos presentes en particular, a la sociedad actual, porque eso es lo políticamente correcto, aunque el orador piense que lo más ajustado a la verdad es que la pedagogía se ha convertido en una disciplina vacía por cuanto es absolutamente teórica sin un campo práctico propio. Pero, esto último, no puede ser dicho, ni escuchado en este contexto. Como máximo podría plantearse algún reto que debe afrontar la pedagogía, pero no anunciar su defunción.
Hay situaciones en que tener que tomar lo falso por verdadero, por elegancia coyuntural, afecta directamente a la propia conciencia moral. Quizás entonces deberíamos plantearnos si lo políticamente correcto ha dejado de ser una estrategia que facilita el diálogo para ser una hipocresía intolerable. Por ejemplo cuando la Unión Europea sigue hablando del cumplimiento de los derechos humanos y no hay ni un solo parlamentario que pide la palabra para pedir que se reconozca que la primera en violarnos con altas dosis de cinismo ha sido Europa. Eso no es aplicar el código de lo políticamente correcto sino evidenciar la inmoralidad que nos representa a todos los ciudadanos europeos.
Existe un ejemplo menor del tema que nos ocupa que son los eufemismos. Su naturaleza no es ocultar la verdad, sino suavizar la realidad; así como en algunos casos el eufemismo parece incluso un término más apropiado, en otras se muestra como un artificio para mitigar el zarpazo que supone aceptar lo que es. La palabra discapacitado ha substituido a otros términos que tenían connotaciones peyorativas que incluso se habían llegado a usar como insultos. Sin embargo, no creo que el término enfermo mental haya mejorado la situación en relación al término loco, ni que sea necesario usar el término tercera edad como sustitutivo de persona mayor, o vejez que bien valorado es una etapa a reconsiderar.
En conclusión, lo políticamente correcto acostumbra a distanciarse de lo éticamente deseable y los excesivos escrúpulos que tenemos retroalimentan la necesidad de ocultar lo turbio en público. Si mostráramos lo que se ajusta más a la verdad en la plaza pública tal vez disminuiría la cantidad de hechos susceptibles de ser velados.
