Podemos hacer el mal.

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Las condiciones de posibilidad de los humanos trazan el ámbito en el que nos manifestamos. Este encuadre, propio de cualquier ente, nos permite aproximarnos a lo que somos y lo que no, ya que lo que no se encuentre dentro de nuestra condición de posibilidad, no será cualidad esencial de nuestro ente.

Hay de hecho una serie de acciones que para sorpresa nuestra están indicando que forman parte de nuestra posibilidad. Si ser capaz de matar, no fuera una posibilidad para ser humano, éste no podría matar. Ahora bien, que sea posibilidad no implica que sea condición de posibilidad para ser, por lo que de entrada deberíamos de distinguir con claridad que características debemos poseer para ser humanos –condiciones sin las que no lo seríamos- de aquellas que podemos poseer sin que ello varíe sustancialmente nuestra condición humana.

Estaríamos pues, buscando rasgos que hacen de un individuo un humano e intentando a la vez deslindar esta atribución de cualquier juicio moral. Es decir, no definimos cómo debería ser un humano, sino que condiciones hacen posible la humanidad. Así, al margen de los datos biológicos que no es este el lugar de analizarlos, destacaríamos la capacidad para usar un lenguaje simbólico que implica el pensamiento abstracto y la creatividad. Sin olvidar que la conciencia, acaecida del uso pensamiento/lenguaje la cual sería difícil identificar cómo y cuándo surge, es también depositaria de un cúmulo de emociones que diferenciamos por el lenguaje.

Tendríamos pues como condiciones de posibilidad una razón y unas emociones que son lenguaje simbólico y abren la vía de la creatividad. Sin estos rasgos no hay humano, esto forma  parte de la naturaleza humana. Cierto es que lo que después hagamos con nuestra humanidad puede ser muy diverso. Nuestra potencia está definida en nuestro ente. Podemos ser un asesino en serie o un filántropo que entrega su vida de forma altruista.

Aquí es donde, debatir cuestiones morales sobre si la maldad forma parte de la naturaleza humana o no, me parecen cada vez más disquisiciones fútiles. En nuestra naturaleza está la posibilidad de hacerlo, si no, no lo haríamos. Igual que no lo está la de volar, y estrictamente hablando, no volamos. Otra cosa sería dirimir qué condiciones llevan a un humano a elegir el mal y a otro el bien, pero estaríamos situando la reflexión en un ámbito que da ya por supuesto que si lo hacemos es porque podemos, y por tanto que se ocupa del terreno de la decisión y de la acción, tal vez de la ética y deja al margen la cuestión de la naturaleza humana.

Tendemos a buscar explicaciones que nos exculpen de las tropelías que parecemos responsables.  Como si el mandato de Dios, tras probar la manzana prohibida, hubiese generado una culpa irreparable y necesitáramos no aumentar más nuestra deuda.

Poseemos el privilegio y el castigo de la conciencia, creo que Dios –para los que crean en él- sabe que ya hemos saldado la cuenta. Como humanos no podemos analizar la historia cual infantes temerosos que huyen del castigo. La pena la sufren los que recogen nuestros errores, como nosotros sufrimos los errores de los que nos precedieron. Tan solo asumiendo con responsabilidad la auténticas consecuencias de nuestra desvergüenza podemos subsanar el mal que ya está aquí y el que viene. No hay otra  manera.

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