Allá donde no cabe la compasión, porque no hay perdón posible, asoma sibilina la culpa del desprecio. Como si en algún recóndito lugar yaciera toda la pena, a borbotones resguardada, la que debería pertenecer al despreciado que nunca sintió, y la que hierve en quien cree no encontrar lugar, hoy, para el perdón.
Cuando en 1989 Gianni Vattimo habló sobre la sociedad transparente lejos estaba de imaginarse la imposibilidad de ese tipo de sistema. Tal vez porque creyó que lo significativo era la heterodoxia del discurso ontológico y los hechos y el tiempo han demostrado que podemos dejar que los individuos crean que hay diversidad y heterodoxia ontológica, si esta multiplicidad desemboca en un subjetivismo que abre necesariamente las puertas a otro plano del discurso, como discurso unificador y garante de significado. Ese discurso único es el capitalismo económico y todo lo que su despliegue conlleva.
Así, la sociedad no es transparente como aseguraba Vattimo porque no hay diversidad, sino un único discurso, que puede adoptar formas aparentemente contradictorias, que está siempre al servicio de los poderes económicos. Esa disparidad aparente confunde a los individuos al crear un clima de falsa libertad, un espacio social y político donde creen actuar como ciudadanos, en una estructura socio-económica organizada con la certeza del sometimiento de los individuos a los parámetros capitalistas de consumo y bienestar material.
En el sentido en que Vattimo habló de transparencia, esta es una cualidad irrenunciable de la sociedad.
Ahora bien, Byung-Chul Han nos sorprende con un giro en el concepto de transparencia, que asciende un grado en el análisis del filósofo italiano. Si el discurso impuesto es el capitalista, el criterio de valoración de todo debe encontrar su referente en él. La forma de valorar las cosas por parte de ese sistema de referencia es otorgar un precio. Así el dinero lo hace todo comparable, la inconmensurabilidad de las cosas se evapora y con ella la diferencia, la singularidad “La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual”[1] Paradójicamente, la sociedad transparente es aquella que despoja de identidad e iguala, convirtiendo la vida en un escaparate vacío de sentido y diferenciación.
Obviamente, este último significado de transparencia podría ser definido tal vez de forma más ilustrativa como de alienación psicológica del individuo, lo cual es absolutamente deleznable. Pero hay algo de veraz en lo que pretende exponer Byung con este concepto de transparencia, que encuentro lúcido para el análisis del uso que muchos individuos hacen de las redes sociales como escaparates donde exponer permanentemente la privacidad: “Comiendo con mi madre”, no sea que alguien me desubique durante algún rato y crea que he dejado de existir.
En conclusión, la transparencia en el sentido de manifestación de los distintos relatos ontológicos me parece irrenunciable, constato su imposibilidad y entiendo que de facto lo único que en nuestra sociedad se transparenta es el auténtico relato capitalista que nos aliena haciendo de cada uno de nosotros un número apto para consumir. Tampoco me resigno, pero soy realista, en consecuencia creo que solo desde las acciones concretas, y no desde los grandes discursos, se pueden tejer redes que funcionen como moscas cojoneras.
