Somos rehenes de nuestros prejuicios, nuestra ignorancia y falta de capacidad crítica. Pero, sobre todo del no reconocimiento de esa insuficiencia que poseemos para emitir un juicio fundamentado en diversidad de aspectos.
Sócrates ubicaba la sabiduría, que la pitonisa le atribuía, en la conciencia de su propia ignorancia, en ese rastreo insaciable de conocer y no poder reconocer nunca, constatando de facto que, ciertamente, nunca había conocido plenamente nada. Tan solo era una aspiración insatisfecha que oteaba aspectos de la realidad, desdibujada en cada aparecer engañoso.
Si el saber es utópico, nosotros, humildes individuos de una época que nos asedia con un exceso de información tendenciosa, ¿cómo, desde las carencias cognoscitivas delas que ya partimos, nos concebimos con legitimidad para emitir sentencias, como si fueran verdades, sobre aspectos de esta realidad tan compleja e incomprensible?
Somos generaciones muy informadas y por ello con tendencia a confundir la información con la comprensión del mundo. Es más, me atrevería a decir, somos individuos con mucha información manipulada que genera sensación de conocimiento, pero tremendamente desinformada para desposeernos de la base que nos permita iniciar el camino hacia la comprensión.

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