La sensación flotante e incierta del tiempo se adquiere cuando el cerebro no es capaz de retener hechos inmediatos o mediatos. Los días fluctúan como vagos reflejos blanquecinos, vacíos por falta de distinción y el presente es una etérea medida de la que solo posees certeza en el ahora. La mañana del día, ayer se difuminan velozmente, restando tan solo una síntesis de los acontecimientos más relevantes. Lo cual es siempre aplastantemente subjetivo y puede erosionar el encaje con el otro, sin que haya voluntad ni pretensión de dañar.
Por eso la memoria, mermada a destiempo, por alguna disfunción cerebral, es una pérdida que debe ser aceptada por el sujeto que la padece y su entorno. Sino, se malinterpretan las intenciones, los intereses y en sustancia el afecto del sujeto incapacitado.
