La infancia es una etapa de la vida mitificada. Entendida como la edad feliz en la que todo se olvida con premura, y de nada se tiene conciencia plena en el fondo.” A los niños todo se les pasa rápido y al cabo de un rato están como si nada, ni se acuerdan” oímos decir
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Estamos saturados, a punto de regurgitar la realidad, que de densa, espesa y desfigurada nos ha intoxicado. No hemos podido digerir tanta indiferenciación, tanta impunidad. Desde el momento en el que suceda lo que suceda las consecuencias son arbitrarias y la levedad de estas insoportables -sabio Kundera- nuestro esófago ha taponado la entrada y nuestro
Si la ausencia desencadena vacío y este una abisal soledad, nuestro interior se asemeja a un campo yermo, reseco y sediento en el que todo intento de redención es baldío. Quizás porque allí donde nada hay, no puede cobijarse esperanza alguna.
Balbuceos sordos de quienes yacen presos de la indiferencia, real o sentida; gemidos desmenuzados, casi aullidos de dolor que no convocan presencia alguna, tan solo la posibilidad de que el aislado se desplace y surja. Ese gesto que, precisamente, está incapacitado para hacer cuando su reacción es ese agudo llanto, sollozo o intento de barboteo.
Poseer una conciencia, relativamente nítida ya que siempre existe una ocultación de los gestos más depravados, de bajo qué intereses se regulan las decisiones políticas, judiciales y económicas, nos capacita para un análisis profundo y una crítica incontestable sobre esos mecanismos, que se dan de facto, pero que bien podemos considerar absolutamente inadmisibles y producir
Atravesamos como bestias acosadas el mundo, urgidos por alcanzar no sabemos certeramente el qué; y en ese ímpetu desmedido despreciamos presencias que ni detectamos, mientras simultáneamente nos cercioramos de cimentar fuertemente ciertas ausencias. Ese vagar desnortado, que como tal no puede concluir satisfactoriamente, nos desgasta la vida, sin haberla saboreado con gusto, antes bien embarrados
Siendo Cortázar capaz de describir la angustia minuciosa de un hombre enfundándose un pulóver que, nunca acaba en su lugar apropiado, muestra cómo la situación más banal desemboca en lo absurdo, y nada más kafkiano –si se admite la comparación- que quien por esa tesitura termina precipitándose por la ventana al vacío. Así de insípida
La vida puede ser un contrasentido si aquello por lo que existimos y persistimos se torna un continuo fracaso que, como un bumerán, regresa para estamparse en el rostro atónito de nuestra incapacidad.
Si las palabras devienen ropajes que enmascaran lo sentido como inefable, quizás solo el silencio pueda satisfacer someramente el intento, en vano, de escribir.
Hay enigmas que lo son en base a nuestra ignorancia, otros por nuestra mermada naturaleza.