Quien vierte su agitación a través de la escritura, desearía zafarse, a menudo, del torbellino monográfico que lo altera. Ampliar el horizonte de su perspectiva y trascender el hueco de la intrahistoria que lo atenaza. Lamentablemente, quien escribe es testigo de sí mismo y de su tiempo, y ese anhelo de ser sin ubicación, no es más que una quimera absurda.
