Dolor y sufrimiento

No hay comentarios

El dolor es una experiencia universal en los humanos que moldea y perfila formas de subsistencia más livianas. Si  su origen es físico, su persistencia, desemboca en dolor psíquico que, al entrelazarse, produce una simbiosis inexorable. Si, por el contrario su generación es de naturaleza mental acaba provocando –si permanece si resolución- una somatización que nos sitúa en un estado semejante amalgamado, poco accesible a la experiencia dolorosa y por tanto difícil de resolver.

Además, la idiosincrasia de la experiencia del dolor, o sea el sufrimiento, hace de este complejo un sentir único, cuya reparación se nos presenta como una quimera.

Ahora bien, sería poco ajustado no identificar qué aporta el sufrir al sujeto que se ve sumergido en esa dramática experiencia. En primer lugar nos permite ubicar el umbral del placer en mínimos posibles y realistas que despiertan la esperanza del descanso como anhelo deseable. En segundo lugar, existe una capacidad de resistencia que nos vuelve poco vulnerables a dolores que no sean de gran calado, es decir, nos fortalece y solidifica para afrontar qué constituye, o no, un auténtico dolor. Por ello quien sufre casi como condición vital no es un endeble individuo que se tambalea como una veleta, sino un sujeto que por su consistencia será capaz elucubrar qué debe ser causa del sufrir y qué hay que dejar transcurrir con la sensibilidad pétrea.

El dolor y su experiencia subjetiva, el sufrir, es un ejercicio realista que habilita, a su vez, el mágico gesto del disfrute, porque tras ser azotados por la existencia, percibimos el mínimo motivo de sosiego y alborozo que una vida humana puede proporcionarnos.

Quizás vivamos solo sufriendo, y por ello con la sensibilidad de recrearnos en las nimiedades que son fuente de alegría. Sin esperar utopías como constituye un supuesto estado de felicidad irrealizable.

Deja un comentario