De esta manera, llegado el día X a la hora Y, se emitió un mensaje de ejecución del plan que llegó simultáneamente a todos los puntos rigurosamente determinados. Así, en la sede de la presidencia se alzó Epicuro en lo alto de una mesa y con una pasión que no le era propia empezó a proferir uno de los lemas: “Nosotros vivimos, nosotros decidimos”. Ante la proclamación casi sacrílega del pensador hedonista, sus compañeros se quedaron petrificados. Un sudor helado que recubría el pánico ante lo contemplado que los llevó a mirarse unos a otros, a la vez que veían la figura del valeroso o tal vez temerario sofo, el cual parecía poseído por un ataque de locura que le había retrotraído a su condición humana. Tras esos minutos de indecisión, empezaron a oírse voces anónimas –no podía localizarse de dónde procedían- que resonaban el lema epicúreo con contundencia y decisión. Como era de esperar, la masa es siempre un bulto sin criterio que enmascara la responsabilidad singular y, por ello, el lema proferido por Epicuro fue deslizándose como un líquido sin dique hasta convertirse en una proclamación total.
Lo descrito se produjo de manera similar en cada uno de los enclaves elegidos, por ello no nos detendremos a reproducirlos. Esto generó una alerta de gravedad entre los líderes de los sofos, por inesperado y, sobre todo, por el apoyo y seguimiento generalizado que logró la rebelión. Se reunió de urgencia el gabinete de crisis y absolutamente trastocados y, casi sin capacidad de reaccionar constatando que la masa se adentraba en los centros de poder de los Sofos mandatarios, no dudaron en ceder el poder para evitar una masacre, que no podía dejar de remitirlos con una aguda culpa a las convulsiones más desenfrenadas que, en determinadas épocas, habían protagonizado los humanos –o lo que ellos consideraban así- De esta forma anunciaron haciendo un llamamiento a la paz su dimisión, para que la voluntad popular se impusiera. Aunque, algunos sabían que -en realidad- no era ni voluntad, ni popular, sino una manifestación más de lo voluble y manipulable que son las masas ante el carisma y la autoridad de determinadas personalidades –que sabemos habían ido sigilosamente urdiendo su plan-
Pero, he aquí, que como si de algo pactado también se tratase, cada uno de los líderes rebeldes, una vez doblegadas las masas y a su merced, continuaron lanzado eslóganes, pero esta vez propios de la ideología de cada uno de ellos que, ignorante de la maledicencia del resto, creía ser el único que se apropiaba de la situación en beneficio propio. Mientras Nietzsche se reconvertía en el mismo Zaratustra azuzando a la alabanza mediante actos explícitos de las “virtudes” dionisiacas y proclamando la muerte de los Sofos; Cioran disertaba sobre la inutilidad de transformar lo que nos sirve de distracción para no vislumbrar el sin sentido que nos corroe; Epicuro realizaba un llamamiento al hedonismo casi ascético para disfrutar de los bienes auténticos y alentaba a asociarse en pequeñas comunidades que eran, según su criterio, el único paraíso posible pleno de autenticidad; y, por último, Hume, encumbraba las emociones como criterios para discernir lo útil y por tanto beneficioso para la gran mayoría.
Acaso la fuente de inspiración que halló el filósofo nihilista en Orwell para cifrar el lenguaje que los subversivos iban a compartir, se anegó inconscientemente de ese espíritu revolucionario que no hizo, como en “Rebelión en la Granja”, más que reproducir las mismas inercias y ambiciones contra las que estaban luchando. Si una piara de cerdos rebelados contra los humanos emula fielmente la tiranía a la que se habían visto sometidos ¿Qué podían hacer los sofos que no eran, en última instancia, más que humanos que no querían reconocerse a sí mismos?
En esta algarabía, dispersión y usurpación de intereses que podía haberse percibido como un triunfo de la diversidad sobre el mandato homogéneo, se produjo una disgregación, una explosión de grupúsculos que demandaban sus derechos, devastando el pacto o contrato social verbalizado por los líderes revolucionarios que quedó absolutamente menoscabado y desgajado.
La multiplicidad de griteríos revirtió en un brusco enfrentamiento de unos contra otros, y el vacío de poder que provocaron impidió la actuación legítima de ninguna estancia superior que pudiera encalmar los disturbios, que apuntaban progresivamente a un desenlace apocalíptico. Ahora sí que quizás tuviera lugar una destrucción masiva, que diera lugar, o no, a otra civilización más prudente –en el sentido aristotélico-
Parece que la convicción de los filo-sofos, los que aspiraban al saber, de que no había nueva civilización que hubiera superado la humanidad era trágicamente certera. Tan solo se había producido un enmascaramiento de lo que los tiranos, que se autodenominaban Sofos, consideraban un obstáculo para la imposición de una cultura homogénea y sometida.
Obviamente la cuestión relevante no acababa aquí, sino que no había hecho más que evidenciarse: Si no queremos sociedades sometidas a la voluntad de un dictador y sus secuaces ¿Es verdaderamente viable una sociedad que conviva pacíficamente compuesta de grupúsculos que corporativamente alzan la voz únicamente en favor de sus intereses? ¿No estaríamos facilitando, con esa dispersión y diversidad, un caldo de cultivo idóneo para la sibilina manipulación de los individuos que, sin vínculos que refuercen la acción conjunta, devienen títeres de fácil manejo por los que de forma algo confusa y difusa ostentan verdaderamente el poder? Nos hallaríamos en el fango de la denominada postverdad, es decir, lo verdadero es lo que interesa que lo sea, en cuanto nutre a lobbies determinados de lo que los engrandece y les otorga más poder.
Este relato no es más que una alegoría, una fábula imaginaria. Cualquier parecido con la realidad es, lo que acostumbra a decirse, pura coincidencia. Nosotros tenemos el lujo de disfrutar de democracias donde la pluralidad no invita a la desmovilización social, somos aventajados y afortunados, vivimos en la mejor de las sociedades posibles y nos vanagloriamos de ello.
Pero, como ya vio Orwell en su referida novela:
“Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.” (Orwell, Rebelión en la Granja.Editorial. Editorial Booket. 1945)
¿Restaba un límite diferenciador entre los sofos y los humanos? Aunque estos no hubiesen sustituido un totalitarismo explícito por otro, como en la ficción orwelliana ¿qué diferencia substancial yace entre individuos homogéneos bajo un poder tiránico e individuos plurales sumergidos en un vacío de poder explícito que lleva a la disolución del sistema, pero en el que, de facto, opera un poder indetectable, que los zarandea a su antojo? Acaso. ocurriese como en “Rebelión en la granja” que los sofos pasaban su mirada a los hombres y de estos nuevamente a los sofos, sin otra percepción que una difusión palmaria de la identidad que, habiendo perdido su ser sujetos, se erigía como una entelequia la posibilidad de distinguir a los que, creyéndose distintos, no eran más que uno solo y el mismo tipo de miserable existente.
¡Interesante historia con los condimentos propios de enfrentar pensamientos filosóficos! Admirable la narrativa como asimismo la ponencia de cada uno de los interpretes en su tiempo. Ahora bien sabemos que los sofistas, que nada tienen Eran maestros en la enseñanza de la virtud. Fueron los primeros profesionales en cuanto a la enseñanza y cobraban sumas de dinero altas por proporcionar algunas de sus enseñanzas. Eran maestros con proyectos siempre bien definidos en cuanto a la educación a las personas.
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Se disparo de manera involuntaria.. por ello Ana, te pido disculpas y prosigo…»que nada tienen que ver con los «sofos»; a pesar de que así los llamaba peyorativamente Aristóteles por el método utilizado para razonar. Pero debo decirte que contrariando lo que dices en cuanto a que lo que tenemos, es la mejor de las sociedades posibles y nos vanagloriamos de ello, me dejas perplejo. Porque si mal no recuerdo y ya enuncio a un poeta no a un filosofo ;hubo alguien llamado Sófocles, que en una de sus mejores citas dijo para la posteridad: «Una palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: esa palabra es amor. De todos los males, los más dolorosos son los que se inflige uno mismo. Todos los hombres cometen errores, pero un buen hombre cede cuando sabe que su curso es incorrecto y repara el mal.» Si aprendiera algo o supiera la sociedad de nuestro tiempo, interpretar la misma cuan distinta sería la realidad en la que hoy, TODOS estamos sumergidos, Un cálido saludo,
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Buenas, no sé qué se disparó de forma involuntaria, ni por qué me pides disculpas. Y respecto a la frase que te deja perplejo, es irónica, si lees antes y después verás que se menciona tras explicitar que es una fábula u cuento que nada tiene que ver con nosotros que vivimos en una sociedad fantástica…no es literal, pero lo exagero para que lo veas ¿crees que yo podría afirmar eso?….Fíjate que al final haciendo un simil con la fábula de Orwell, afirmo que al final no se sabían diferenciar entre sofos y humanos….un saludo y gracias por seguir ahí leyendo!!!!
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Extremadamente cierto lo que afirmas! No dejo de ser un «decir sin pensar», más que aceptable tu apreciación. Un cálido abrazo!
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