Este escrito es una revisión de un post publicado hace un par de años. Adaptado al propósito de prevención del suicidio que tiene como lema este año el día mundial de la salud mental.
Ayer me abordó por la calle una señora llorando que decía estar perdida, y ciertamente constaté que se hallaba atrapada en un baño de angustia que la desorientaba. Era bajita y rechoncha. Su aspecto desaliñado, pelo descuidado, vestimenta que cumplía únicamente su función, sin ningún cuidado estético ni ornamento. Estábamos en un barrio de la zona alta de Barcelona y su presencia incomodaba e incordiaba a los que por allí pasaban, que se apartaban indiferentes ante una persona desubicada en todos los sentidos.
Intentaba explicarme qué le sucedía, pero su sollozo hipado se lo impedía. Le indiqué que se calmara que no iba a marcharme. Tras unos minutos me dio detallada y confusa cuenta de su situación: en aquel momento necesitaba quince euros para volver al pueblo del que provenía, tras una visita médica, porque había perdido la tarjeta dorada que le daba acceso gratuito al tren.
Fui a buscar cambio para facilitarle el importe, sin embargo los comercios de alrededor me lo negaron, a pesar de que llegué a explicar que era para ayudar a una persona. Finalmente, le pregunté si quería tomar algo y nos adentramos en la cafetería que minutos antes me había negado el cambio. Le espeté a la camarera que quería dos cortados y que ahora sí me iba a dar cambio, porque era su obligación.
El rato en el que compartimos aquel café me explicó rápida y sintéticamente su vida, aunque con incoherencias supongo que por falta de datos. Me mostró su carné de discapacitada, el 78%, y me dijo que aparte de haber sido operada por obesidad mórbida, padecía un trastorno bipolar. Tenía una pensión que con dificultad le daba para comer y vivía con su madre a la que cuidaba. Todo su afán parecía ser trabajar o estudiar algo que le proporcionara ingresos adicionales.
Sus movimientos pesados y torpes su expresión rota y su forma de estar en un espacio que exigía otros estándares, la llevaron a esa crisis de desesperación en la que no encontraba salida, cuando solo quería quince euros para volver a casa –en un pueblo algo lejano-
Desconozco qué había de verdad en todo cuanto me explicó, casi me parece anecdótico, pero de lo que no cabía duda es de que era una persona en una situación de desamparo que necesitaba sentirse apoyada durante un rato. Sentir que no despertaba desprecio e indiferencia y que sus historias, verídicas o no, evidenciaban la necesidad de una acogida cálidamente humana.
Este caso, es frecuente entre personas que padecen enfermedades mentales, como también lo es el de otras muchas que padeciéndolas nos pasan desapercibidas, porque aparentan estar integradas en los cánones esperables. La cuestión es que quienes consiguen ocultar su trastorno pueden convivir -aunque sienta llevar una doble vida-; las que no, se sienten excluidas. Seguramente a la señora a la que me he referido más le valdría haber sido víctima de un accidente, porque una caída le hubiese roto una pierna. Allí hubiesen acudido prestos en su auxilio, como buenos ciudadanos, muchos de los que la esquivaron porque su problema era mental, y en sí mismo no es visible; aunque en su caso era constatable tan solo con que se dedicara unos segundos a hablar con ella. Lo que era indudable es que era una persona muy angustiada que no se veía capaz de superar el escollo en el que se hallaba.
Esta es la semana internacional de la Salud Mental, y este tipo de trastornos siguen produciendo en muchos miedos, necesidad de apartarse de quien no se comporta como cabe en un determinado contexto. El estigma social es una carga añadida al sufrimiento de estas personas que desatendidas y abandonadas pueden verse abocadas a crisis que provoquen conductas poco usuales. El sistema sanitario es muy insuficiente, porque no se ofrecen tratamientos, que no sean farmacológicos, con la periodicidad que determinados trastornos requieren. La recuperación o estabilización de enfermos mentales es casi imposible con la atención sanitaria pública que se dispensa.
Existe una diversidad de personas que padecen trastornos mentales que nadie se lo imaginaría, y que se guardan de llevarlo en silencio para no sentir cómo el hachazo de la exclusión les destroza una vida que han podido mantener dentro de lo que se exige como “normal”. Otros, no pueden sostener esa máscara que oculta su rostro rasgado por el dolor.
La estigmatización se ejerce sobre unos y otros, cuyas consecuencias, junto a una atención médica deficiente, lleva a muchos a la marginación y exclusión social e incluso al suicidio.
Este año el día mundial de la Salud Mental está dedicado a la prevención del suicidio. Quisiera dejar constancia y denunciar que prevenir el suicidio no es actuar con agilidad justo en el momento en el que alguien está al borde de auto-eliminarse. Eso es un parche más que la sanidad se propone utilizar para acallar el escándalo que suponen unas cifras que entre los jóvenes -al menos en España- es la principal causa de muerte no natural, por delante de los accidentes de tráfico.
Impedir la muerte voluntaria o el suicidio de alguien que se ha visto desatendido, ninguneado e ignorado mientras reclamaba ayuda, es casi una ironía y un cierto acto de crueldad. Esto último entiendo que se evidencia cuando nos detenemos a pensar que lo único que de forma urgente está haciendo el sistema sanitario es prolongar una existencia invivible para quienes optan por acabar con ella. Víctimas del desprecio y la invisibilidad ¿la sociedad tiene derecho a impedir su suicidio cuando no les ha proporcionado la ayuda médica y social que requería su situación? Pues seguramente, no. Probablemente lo importante para las autoridades sanitarias es que no aumenten las estadísticas. La persona a la que se le ha negado su derecho a suicidarse -que personalmente lo equiparo a la eutanasia- volverá a intentarlo porque continuará abandonada a su suerte tras un ingreso temporal, si no posee un soporte familiar favorable, y al cabo del tiempo retornara a esa existencia que supone una tortura mental insoportable, y que por dignidad si no recibe la atención necesaria, tiene derecho a zanjar por voluntad propia.
Los argumentos que se esgrimen para defender que se impidan suicidios suelen versar sobre la incapacidad mental para saber qué está haciendo esa persona en un momento de crisis aguda. Quizás en ese momento posee el coraje para hacer lo que su mísera vida le exige cada día y que no es capaz de hacer. Porque las crisis son el desencadenante de un padecimiento inimaginable y en ese momento la desinhibición de lo que debe o no hacerse, lleve en ese momento preciso a la persona a actualizar lo que realmente desea: finiquitar por siempre esa existencia inhumana.
Así, siendo la salud mental algo que nos atañe a todos, ya que cualquiera puede padecer en un momento u otro un trastorno mental por los avatares de la vida, ignoramos la cuestión como si fuese contagiosa, o como si operara en nuestra mente una superstición mágica de que si pienso o me ocupo de ello acabaré “loco” como esas personas. El peso del término locura nos acecha como una losa, acaso porque subyace en nuestro imaginario colectivo un concepto anacrónico y despectivo de lo que podría hoy denominarse “locura”.
La conclusión pudiera ser, en parte, que vivimos en una sociedad “loca”-no hay que detenerse mucho para constatar el ciclo absurdo en el que nos hallamos presos- que solo puede producir “locos”; unos adaptados e integrados, otros incapaces de soportar más esa estructura que presiona como si nos encontrásemos en el interior de una olla a vapor. Y esta consideración no pretende minimizar el factor biológico que subyace a los trastornos mentales –el cual se desconoce, más allá de hipótesis y estudios que apuntan alguna conclusión provisional gracias a la Neurociencia- pero sí recalcar el aspecto que puede depender de nosotros, a saber el social y humano –en un sentido ético- que puede facilitar y estabilizar la vida de muchas personas, y de cuya atención es responsable en primer lugar el sistema sanitario junto con las familias -que estén en condiciones de apercibirse, a menudo son males cronificados- y tras ellos cada uno de nosotros eliminando el estigma que provoca el rechazo, que no se produce con otras enfermedades.
Teniendo en cuenta que cada día es la jornada internacional de “algo”, no creo que sea muy fructífero que hoy lo sea de la salud mental, en concreto la prevención del suicidio. Pero, dadas las circunstancias con las que me he tropezado, me parecía indigno no hacerme eco de este evento que tendrá múltiples puntos de actividades orientadas a la sensibilización.
Siempre me he considerado realista, ni pesimista ni escéptica. Aunque no quepa quizás otro realismo que el derrotismo que se afianza día a día en muchos ámbitos de nuestro mundo.
En memoria de todas esas personas que dejaron por fin de sufrir salvajemente.
Ya era hora que las autoridades dieran visibilidad a este asunto.
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Brillante entrada; con un fiel retrato de la realidad! Además de la auto invisibilidad de quienes la padecen, el deterioro de la salud mental -compuesta por una amplia variedad de patologías- no sólo exige las acciones de los organismos sanitarios, sino fundamentalmente CONTENCIÓN de quienes rodean a todo aquel que la padece. He tenido en mi vida, cercanos casos que con una batería de psicofármacos, se convirtieron en «vegetales humanos» mutismo absoluto, hasta entregarse a su muerte por una enfermedad concomitante. Otros que iban y venían de internaciones periódicas. Aún el trastorno bipolar grado 1, requiere de la prueba ensayo-error para definir la medicación adecuada, mientras el paciente sigue sufriendo su inestabilidad y a veces con pensamientos suicidas. Si bien como bien dices «hay más locos afuera, que adentro «, mientras no existan firmes políticas de Estado, que alienten la educación de tan espinoso tema en la sociedad, los suicidas seguirán siendo estadísticas, sólo números que los deshumaniza y convierten en prisioneros de si mismos, a quienes la padecen. Un cálido saludo.
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Espero y deseo que esta sociedad cumpla, y hablo de sociedad no de política. Dejamos en la cuneta a las personas que padecen un infierno, un mundo terrible del que entran y salen. Viví una gran depresión hace unos siete años y todavía arrastro miedos. Me apena ver a personas con estas enfermedades y sentirme impotente por ni poder hacer nada. Gracias Ana por el artículo.
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A ti, por ser como eres. La sensibilidad es imprescindible para que este mundo cambie de rostro
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Decía Camus que el único problema filosófico a tratar era el suicidio…esa libertad negativa, esa otra opción que Sartre siempre señaló…no se necesita una enfermedad mental para optar por el suicidio, simplemente saber que se acabaron los motivos, las razones….besos al vacío desde el vacío
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Totalmente de acuerdo, ni creer q alguien con un trastorno mental cuando se suicida no sabe lo que hace. Lo sabe mejor que nadie
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Le monde va dans le sens du développement des maladies mentales par la disparition des contacts humains. La robotisation gagne chaque jour du terrain, le jour où l’homme n’aura plus l’usage de ses mains il s’auto-amputera de la création en tous domaines…
N-L
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Merci!!!
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Effrayant cet a venir
La vie du marché des routes de soi suicidee par l’automatisme des points de vente
Triste évolution Anna..
Alain
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Muy buena entrada, Ana, que me ha dejado pensativo. Me ha tocado vivir el suicidio, aunque no muy cerca, sí lo suficiente como para dejarte un sabor de boca extraño, amargo. Y también una cierta sensación de culpa. Un fuerte abrazo.
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Lo lamento Javier…. Un abrazo y nunca es culpa de los otros, porque vivir solo puede uno mismo, y si no puede nada hay que hacer, ni nadie espera que lo hagas.
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