La corporalidad humana: un mismo dolor con diversidad de aristas.

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Desde el momento en el que el dolor físico pasa a formar parte de la cotidianidad de la existencia de un individuo, éste se ve lidiando con la confluencia de un dolor de distinta condición: la corporal y la psíquica. Estamos abordando este nuevo dolor como uno solo, resultado de la materialidad diversa que constituye lo humano. Materialidad determinada, cambiante y en flujo.

No obstante, el dualismo moderno -mente/cuerpo- inoculado en el imaginario colectivo, nos impele a concebirnos como si estuviésemos compuesto de dos realidades: el cuerpo, por un lado, y la mente por otro. Contra la creencia de que esto sea así, deberíamos recordar que somos cuerpo con un cerebro del que depende toda nuestra actividad, de la más vegetativa a esa considerada superior que nos permite el uso de símbolos y de un lenguaje, adquirir autoconciencia, reconocer nuestras emociones, …en otros términos, somos individuos determinados desde nuestra materialidad con unas cualidades que nos llevan a necesitar a los otros para ser, como algo diferente a cualquier alter, y para existir.

Admitiendo esta realidad corporal del individuo como la única, afrontamos el dolor admitiendo que puede manifestarse localizado en un parte -una rodilla, por ejemplo- o que por ser de mayor calado activa una diversidad de zonas del cerebro que nos permiten no solo sentir el dolor, sino tener conciencia de él, de su origen y de lo que como síntoma puede implicar para nuestra existencia. Entonces, se hace evidente que somos individuos que no solo padecemos, sino que necesitamos entender de dónde procede ese padecer, qué significa, y que tipo de respuestas necesita para paliarlo al máximo.

Quien, a mi juicio, atinó con más finura la forma de afrontar el dolor fue Nietzsche.

“Así pues siguiendo las directrices nietzscheanas, expuestas con destreza y clarividencia por Sánchez Meca, nuestra cultura sigue siendo  nihilista, pero ahora el querer es el placer, que según Nietzsche no podía constituir un fin en sí mismo –al igual que no puede hacerlo el dolor- pero que conforma ahora una obsesión enfermiza por el bienestar y el placer, eludiendo y negando el dolor, mediante un transitar superficial por la vida que vuelve a negarla en la  medida en que  desprecia  el otro polo de fuerzas vitales que se expresaban lingüísticamente y de forma figurativa como dolor y placer, o en otros contextos como la lucha entre las fuerzas apolíneas y las dionisiacas.”[1]

Apoyándonos en el texto anterior, lo relevante es que el dolor es vida y quien huye, niega el dolor lo hace asimismo con la vida. Por eso el filósofo de Dionisio insiste en muchos de sus escritos en esa fortaleza de sostener la mirada frontalmente al dolor. Ahora, según hemos expuesto a lo largo del artículo, con la conciencia de que somos corporalidad con autoconciencia y necesidad de dar cuenta del sentido o no que tiene el dolor en la vida. Para Nietzsche, ninguno, es una realidad de la existencia que no podemos negar La misma Chantal Maillard en una conferencia sobre el tema, a la pregunta sobre el sentido del dolor, contestó sorprendida del absurdo de la cuestión: Ninguno, qué sentido va a tener.

Resumiendo, desde el momento en que aceptamos al individuo humano como cuerpo, la cuestión del dolor está incrustada en esa condición de su existencia. Sería necio por nuestra parte, luchar para reprimir lo que nos constituye. Más ajustado aceptar esa lid para vivir, a pesar de sufrir lo indescriptible. Nietzsche no teorizó sobre ello, hizo de su existencia experiencia y con lenguaje más próximo a veces a lo literario e incorporando mitos como imágenes referenciales, mostró mediante su propia existencia en qué consistía vivir.


[1] https://revistahumanum.com/2020/06/12/nietzsche-el-dolor-y-el-placer/

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