¡Aquí no hay quien viva!

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No era un día como otro. La particularidad residía en que se examinaba en dos facultades distintes para poder acceder al Máster que sí o sí necesitaba para poder ejercer como psicóloga clínica. Ambos el mismo día, uno por la mañana, el otro por la tarde. ¡Ah, y dos días después la defensa del trabajo de final de carrera!

Empecé a sospechar que lo menos relevante eran los exámenes o la defensa oral. En realidad, me temía que deseaban calibrar la resistencia psicológica de los aspirantes a psicólogos clínicos. Los que no sucumbieran a un ataque de ansiedad, histeria o se quedaran en shock, hicieran el examen y salieran por su propio pie, esos eran los elegidos. Lo importante era medir su estabilidad psíquica, teniendo en cuenta a qué deseaban dedicarse.

Casi quinientos aspirantes y ochenta plazas, más o menos equilibrado en ambas universidades. En una de ellas, además, una vez superada la primera fase, someterán al aspirante a una entrevista. Todo esto no para acabar con algún tipo de beca o similar, sino para soltar pasta a troche y moche.

Así que la batalla era de temple, de autodominio y de resistencia. Para que luego digamos que nuestros jóvenes son de cristal. Los educamos así, como porcelana valiosa; sin embargo, la sociedad que les espera es competitiva, despiadada y nada aconsejable para la salud mental. Algunos se quedan por el camino, abandonan e incluso deciden trabajar en un supermercado o en el teléfono de la esperanza -paradójicamente- porque no pueden más con tanta presión. No es de extrañar. Aunque en lugar de porcelanosa fuesen de acero inoxidable tampoco valdría. Ya que deben ser empáticos, sociables y resilientes. El acero no creo que sea muy flexible, como para tanta adaptabilidad.

En fin, que “aquí no hay quien viva”. Luego tendrán cuando consigan acabar cerca de los treinta años, un sueldo precario y o comparten piso o en casa de papá y mamá. ¡Hay que joderse! ah, me olvidaba, y estos jóvenes son los privilegiados -aunque seguro que los hay aún más-, porque los que crecen en familias que a duras penas sobreviven, son carne de cañón. Que se pregunte Macron qué está pasando, en el fondo, en Francia.

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