CARTA A LOS MÉDICOS DIRECTORES DE MANICOMIOS. Antonin Artaud

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Escalofriante carta del padre del «teatro de la crueldad» a los directores de lo que durante siglos se denominaron manicomios. El encierro de personas que hoy diríamos están siendo juzgadas desde los neurotípicos y, por ende, incomprendidos, excluidos por no ser normativos, y como señaló posteriormente Foucault, encerrados por el poder para «normalizarlos» por ser un riesgo para la estabilidad de los poderes que dirigen las sociedades.

De más actualidad, recomiendo para los interesados un libro del psiquiatra Fernando Colina titulado «Sobre la locura: el arte de no intervenir» ENCLAVE DE LIBROS EDICIONES- 9788412218206 (1)

Señores: Las leyes, las costumbres, les conceden el derecho de medir el espíritu. Esta jurisdicción soberana, temible, ustedes la ejercen con el entendimiento. No nos hagan reír. La credulidad de los pueblos civilizados, de los sabios, de los gobernantes, adornan a la psiquiatría de no se sabe que luces sobrenaturales. El proceso hecho a la profesión que ustedes ejercen está juzgado de antemano. NO pensamos discutir aquí el valor de esa ciencia ni la dudosa existencia de las enfermedades mentales. Pero, por cada cien patogenias presuntuosas en las que se desencadena la confusión de la materia del espíritu, por cada cien calificaciones de las cuales las más vagas son todavía las únicas utilizables, ¿cuántas tentativas nobles se han hecho por aproximarse al mundo cerebral en el que viven tantos de los que tienen prisioneros? ¿Cuántos hay entre ustedes, por ejemplo, para quienes el sueño del demente precoz, las imágenes de las que es presa, no sean otra cosa que una ensalada de palabras? No nos asombramos de encontrarlos inferiores a una tarea para la cual no hay sino pocos predestinados.

Pero nos levantamos contra el derecho atribuido a ciertos hombres, limitados o no, a sancionar, mediante la encarcelación perpetua, sus investigaciones en el dominio del espíritu.

¡Y qué encarcelación! Se sabe -no se lo sabe lo suficiente- que los asilos, lejos de ser asilos, son cárceles terribles, en las que los detenidos proporcionan mano de obra gratuita y cómoda y donde la sevicia es la regla, y esto es tolerado por ustedes.

El asilo de alienados, bajo la cobertura de la ciencia y de la justicia, es comparable a la caserna, a la prisión, a la cárcel.

No nos referiremos aquí a la cuestión de las internaciones arbitrarias para evitarles el trabajo de las fáciles negaciones. Afirmamos que un gran número de asilados, perfectamente locos según la definición oficial, están, también ellos, arbitrariamente internados. No admitimos que se impida el libre desenvolvimiento de un delirio tan legítimo, tan lógico como toda otra sucesión de ideas o de actos humanos. La represión de las reacciones antisociales es tan quimérica como inaceptable en su principio. Todos los actos individuales por excelencia de la dictadura social; en nombre de esa individualidad que es lo propio del hombre, reclamamos que se libere a esos forzados de la sensibilidad, puesto que tampoco está en el poder de las leyes encerrar a todos los hombres que piensan y actúan. Sin insistir sobre el carácter perfectamente genial de las manifestaciones de ciertos locos, en la medida en que somos aptos para apreciarlas, afirmamos la legitimidad absoluta de su concepción de la realidad y de todos los actos que derivan de ella. Esperamos que mañana por la mañana a la hora de la visita puedan recordar esto, cuando intenten, sin léxico, conversar con esos hombres sobre los cuales, reconózcanlo, no tienen otra superioridad que la de la fuerza.

(1925) ARTAUD

(1) SINOPSIS: La locura representa la experiencia de quien no ha soportado el abandono inaugural que pone en marcha nuestra identidad y nuestra independencia. Su crisis nos interpela y nos recuerda de continuo la soledad esencial y constituyente con que somos arrojados arbitrariamente al calabozo de la vida. La existencia, a la postre, consiste en un empeño gesticulante y tenaz por desprendernos de ese recuerdo, que una y otra vez amenaza con resurgir en cualquier encrucijada para revocar el placer y mostrarnos el reverso de cuanto hacemos. El temor a la psicosis no incumbe en exclusiva al psicótico, pues de continuo late en el núcleo de todos nosotros. El arte de no intervenir es aquella moderación que apuesta por la autonomía y la libertad del paciente.

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