La muerte más desgarradora: perder a un hijo.

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Las adversidades que interfieren en la existencia son parte de ésta. A cada cual le acontecen las propias y pueden parecernos insoportables. Sin embargo, si vivimos abiertos a los Otros es fácil hallar fatalidades que nos achican, y que percibimos como insufribles, tal vez porque el sufrimiento es de tal intensidad que no concebimos que pueda llegar a sentirse sin quebrar la propia vida de cuajo.

En los últimos meses he tenido noticia de personas más o menos cercanas, o conocidas, que se han visto reventadas por acontecimientos de esos que marcan un punto de inflexión sin retorno: unos padres han perdido a su hijo de seis años, por un accidente que parece de película de terror, y otros a un hijo de veinticinco años que subía una montaña con su padre. No entraré en detalles escabrosos en ninguna de las dos situaciones. Entiendo que lo relevante es podernos situar en el desgarro interno, la culpa y el no retorno de estas pérdidas.

Tiene que resultarnos inimaginable el estado mental de estas familias, y tan solo con que nos aproximemos un poco el vello se eriza y la queja propia se transforma en una bendición que nos sentimos capaces de sobrellevar.

En la vida parece que cuando todo va bien, solo puede ir a peor y, a menudo, la mente se inunda de fantasmas con voluntad que nos inculcan la idea de que nada hay definitivo, solo la muerte, y esa es precisamente la única situación irreversible que puede paralizarnos, generar un caos obsesivo en nuestras conexiones neuronales y no poder abandonar ese estado casi psicótico.

No hay palabras, aunque mi contradicción sea flagrante al intentar escribir esto, que pueda ni tan solo aproximarnos a un dolor tan intenso. Mi estupor, mi temor y mi solidaridad a esas familias que he mencionado, aunque no dejan de ser palabras que para nada aminoran el sufrimiento.

En una entrevista el filósofo Francesc Torralba manifestaba en Palabras de consuelo en la muerte de un ser querido (23-12-2020)

“La pandemia que sufrimos ha puesto de manifiesto, de una manera diáfana, nuestra vulnerabilidad. Hay múltiples epifanías de vulnerabilidad, pero la muerte es la más trágica, la más expresiva.

Somos vulnerables. Estamos expuestos a todo tipo de inclemencias, tenemos la piel fina y nos herimos.

La vulnerabilidad se manifiesta de múltiples maneras, en la enfermedad, en la fatiga, en el dolor, en la decrepitud, pero, particularmente, en la muerte. También hay, pero, epifanías de la vulnerabilidad que no habíamos previsto en el decurso de la vida y que chocan, frontalmente, contra nuestras expectativas como la desgracias, la ruina o el fracaso.

Dice Job (30, 26 -27): “Yo esperaba el bien, y ha venido el mal; contaba con la luz, y ha venido la oscuridad; y mis entrañas hierven sin parar, se me han presentado los días de miseria”

Somos, queramos o no, heridos por la vida. Hay heridas tangibles que dejan marca en la piel, pero las hay de intangibles que dibujan cicatrices en el alma.

Cada herida, como dice el poeta, muestra la pérdida de una rama. Vivir es perder, dejar atrás, despedirse, pero también es ganar, empezar, saludar. Con todo, lo que deja heridas es perder.

La muerte de los seres queridos nos hiere. Es la peor pérdida que podemos experimentar. Alguien único e irrepetible se ha ido por siempre más y ha dejado un vacío inmenso. No es un vacío físico; es emocional. Este vacío no se puede llenar con ningún objeto, ni con ninguna persona.

No podemos prever lo que nos depara el futuro. Vivimos suspendidos en un hilo de incertidumbre, pero lo que sabemos, con certeza, es que somos vulnerables y que hemos de cuidar del alma y del cuerpo para que no se estropeen.

Podemos ser heridos en sentido pasivo, pero también podemos herir a los otros en sentido activo. Tomar consciencia es básico en el arte de consolar, porque nos exige ser extremadamente cautelosos con lo que hacemos y decimos.

Tengamos cuidado con lo que decimos y lo que dejamos de decir, de lo que hacemos y dejamos de hacer, de cada uno de nuestros movimientos, para que las almas heridas no experimenten más dolor del que ya sienten. Vivir cuidadosamente para no herir a los demás, es un signo de empatía.

Hay heridas que queman mucho tiempo, pero las hay que abren los ojos y nos permiten ver claro, de un vistazo, la densidad de la vida y el lugar que ocupamos en el cosmos. Estas heridas nos hacen un poco menos ignorantes y arrogantes.

La muerte de un ser querido nos hiere. Las heridas que traza en la piel del alma son diversas y es difícil representarlas en un mapa conceptual, porque están enredadas con un racimo de cerezas. No es posible separar una y dejarla al margen sin arrastrar tres más.

Cuando muere un ser querido irrumpe una tempestad de emociones tóxicas. Emerge la culpa, la rabia, la tristeza, también la impotencia, la sensación de indiferencia, y, muy a menudo, el sentimiento de soledad y desasosiego.”[1]

Ojalá, estas consideraciones y reflexiones que podemos hacer desde la paz y la calma sirviesen para mitigar el dolor que todos somos susceptibles de experimentar, de forma más aguda, intensa e incomparable si la pérdida es de un hijo. Por el momento, el silencio es lo más respetuoso.


[1] https://profesoradoreligion.blogspot.com/2020/12/palabras-de-consuelo-en-la-muerte-de-un.html

Plural: 7 comentarios en “La muerte más desgarradora: perder a un hijo.”

  1. Mi hijo tenia 26 años….el y yo, yo y el….ese hera mi mundo….ahora después de 5 años….todavía intento seguir y crear otro mundo yo sin el, el sin mi, y me pregunto si me espera ….en la forma que sea ….deseo estar con el.
    Mientras eso no ocurra…intentaré ser feliz…eso es lo que el quiere y lo se.

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    1. Obviamente no hay palabras para una tragedia de estas dimensiones. Deseo que convencida de lo que hubiese querido tu hijo hayas y sigas siendo capaz de ser lo más feliz posible, sabiendo que eso no es ni un olvido, ni un quiatrle importancia a tu dolor, sino el coraje de luchar para que él te vea y sienta feliz -con él siempre en ti-. Ojalás aprendiéramos todos como tú, cómo gestionar esto de la manera en la que lo haces. Un abarazo

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