Hay un torrente voraz de acontecimientos en el mundo que nos desbordan. La voracidad reside no solo en la cantidad de sucesos que perforan nuestra mente, sino en la destructividad de este acontecer. Si hubiese una cantidad ingente, pero la cualidad fuese valorada como beneficiosa, tal vez nuestro estado sería parecido al de quien vive en el mejor de los mundos posibles, y tanta benignidad le conmueve y no es capaz de procesarla, pero no se sentiría abrumado e impotente.
Lo pernicioso de esta situación ya no es únicamente que estamos invadidos por un exceso de información desmesurada, contradictoria, sino además que genera en los individuos un sentido del mundo luctuoso, el cual va mellando nuestra percepción valiosa de la vida misma.
A medida que se desvelan informaciones vetadas, que descubrimos lo que moviliza a muchos individuos e instituciones a actuar, manipulando lo que convenga, sucumbimos ante la podredumbre, desconfiando de casi todo lo que llega a nuestros oídos, sospechando que haya razones ocultas y temiendo que lo que auténticamente esté sucediendo -esa mano oculta que mece la cuna- sea execrable, denigrante y fuente de más dolor.
Otear el acontecer desde las alturas y captar una panorámica de cómo fluye y se transforma el mundo, crea un sentimiento de fracaso de los humanos. Una especie que poseyendo capacidades privilegiadas para generar bienestar globalmente, incluyendo a todo individuo, aunque sea con diversos grados de bienestar, ha transgredido los límites de la naturaleza -a la que pertenece- abriendo paso a la devastación del resto de especies y de sí misma.
Cierto es que, no seríamos equitativos si polarizáramos nuestra evaluación del proceso evolutivo de la especie ignorando que el desarrollo y producción cultural la ha beneficiado en muchos aspectos : los avances de la medicina y de otras ciencias coadyuvantes, de la tecnología que ha facilitado la vida y la comunicación rápida entre lugares lejanos del planeta, …hay, obviamente aspectos muy positivos. Sin embargo, el pecado [1]irreparable consiste en la apropiación de lo beneficioso por parte de los que han ido acumulando riqueza y, por ende, el poder de interferir en cualquier ámbito de la vida humana.
Y el resultado de esta manera de decidir y actuar por parte de una minoría ha creado un mundo desigual, injusto y en el que el padecimiento -causado por la penuria y la imposibilidad de superar esa situación- es la cotidianidad de la gran mayoría de humanos.
Evidentemente, un recorrido histórico rigurosos nos llevaría a un entramado complejo de sucesos que nos han llevado a la situación actual. Las simplificaciones se asemejan, a menudo, a cuentos de hadas sin final feliz, en los que el maniqueísmo muestra con nitidez la moraleja del asunto. La realidad es muchísimo más compleja y excesivamente abundante, nos supera.
Sin embargo, sí se puede destacar que esa mirada aérea planteada anteriormente, sean cuales sean las causas de lo que observamos, proporciona una valoración negativa de nuestro hacer voluntario, tal vez acentuado por un egoísmo que ha roto los lazos como especie, como conjunto, y ha velado por los intereses de quienes han tenido en un momento u otro la posibilidad de incidir en el devenir.
El fracaso de lo humano sea, quizás, que ha dejado atrás lo más preciado de nuestra condición, nutriéndose y engrosando lo nocivo que yace en nosotros para devenir la especie indeseable. ¿Qué dirían el resto de los seres vivos si tuviesen la capacidad del decir sobre nosotros?
Según Yuval Noah Harari la matriz del sentido, que ha marcado el devenir de lo humano, se halla en lo que denomina dataísmo – el culto a los datos por ser considerado lo más objetivo- que habiendo invadido el mundo económico ha propiciado que:
“(…) los expertos ven la economía como un mecanismo para acopiar datos sobre deseos y capacidades y transformar estos datos en decisiones. Según esta idea, el capitalismo de libre mercado y el comunismo controlado por el Estado no son ideologías en competencia, credos éticos o instituciones políticas. En el fondo son sistemas de procesamiento de datos que compiten”
Yuval Noah Harari. “Homo Deus. Breve historia del mañana” Editorial Debate.
Es decir, el dogma implícito es que los seres orgánicos, incluido el Sapiens, somos algoritmos, flujos de datos y es a partir de estas ecuaciones que deben ser tomadas las decisiones fundamentales por su condición matemática y objetiva. Nos hallamos en este punto, tal vez, un atolladero que verifica esa ausencia de criterios que no sean la eficacia a fin de aumentar el lucro.
Aquí se abre una reflexión, que queda pendiente, sobre qué implica para la especie que nos hayamos convertido en datos algorítmicos con los que se opera para hallar la decisión y dirección más objetiva y eficaz, sin tener en cuenta ningún criterio más que podría ser de suma relevancia.
[1] Utilizo este término intentando despojarlo de la connotación religiosa que tiene, para destacar que hay muchas acciones que se han hecho, a pesar de comportar un daño a muchos, a sabiendas, con plena conciencia y voluntad lo de éstas se ha derivado.

El problema no es trabajar en datos ni el cálculo involucrado…
El asunto es creer que el mismo cálculo le viene igual a todos.
Ciertamente hay forma de calcularnos… Yo mismo he encontrado tales fórmulas… Pero, entre esas fórmulas hay un bello detalle que indica que somos únicos en un porcentaje que, acumulativamente nos hace diferenciarnos los unos de los otros por más similitudes que tengamos.
Entonces… En ése quiero medir el actuar propio y del otro así como el porvenir… El asunto casi debería recaer en que no se considera primero la individualidad sino un «bien común»… Pero acá el problema…
Lo que se ha presentado como el bien común, no es más que un orden a diseño de intereses a la medida del criterio de algunos.
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🤍🖤
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