Miseria humana: la fuga desesperada.

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¡Qué miserables somos los humanos! Lo peor, la falta de conciencia de serlo. Desvalidos y desamparados nos permitimos el lujo de prescindir de los otros, de vivir como si fuésemos autosuficientes. Y cuando ves tanta mezquindad en un solo individuo; en uno solo, porque hay muchos que no se dejan ver, sientes que su soledad y la coraza armada de acero los lleva a afrontar lo que sea con tal de no sentirse en deuda con nadie. Ser deudor es la peor dependencia que puede tenerse de los otros. Así lo sienten muchos, porque se ven expuestos a posibles demandas que no están dispuestos a satisfacer.

Esta actitud de no tocar a nadie más que por la superficie, constituye un miedo primigenio y una defensa gestada a base de mucho sufrir. Así, nos reencontramos, como tantas veces, con la incapacidad de gestionar el dolor que conlleva vivir, ya que la única forma que estos individuos encuentran se asemeja a esa apatía estoica o indiferencia con relación al dolor ajeno para no se contagiado por ese monstruo fantasiosamente temido.

Sin embargo, la apatía implica el no querer, el no desear y, por ende, el no sentir las propias carencias. La congelación emocional afecta a toda la vida y si en lugar de buscar un equilibrio eliminamos todo atisbo de sentimiento, tampoco vamos a sanarnos con el disfrute del placer. Como vio Schopenhauer, un gran maestro en el arte de gestionar el dolor:

“(…) si deseo y satisfacción se suceden en intervalos ni demasiado cortos, ni demasiado largos se reduce al mínimo el sufrimiento que ambos causan y esto es lo que constituye la mayor felicidad vital”[1]

Hay que entender que deslizándose la vida humana entre el querer y el conseguir la balanza se equilibra cuando nuestro sufrir es mínimo y nuestra satisfacción también. Así es que estos miserables inconscientes buscan esa estabilidad propuesta por el denominado padre del pesimismo.

La cuestión es si vale la pena vivir en ese estado de congelación emocional que, con el objetivo de no sufrir, tampoco disfruta de lo que merece ser deseado. Una perspectiva distante de la expuesta sería la de Nietzsche. Este entiende que, o somos capaces de masticar el dolor y afrontarlo con la mirada fija, o seremos devorados por él. La vida, lejos de ser el enemigo es nuestro máximo valor.

Para Schopenhauer la voluntad de vivir, siendo una fuerza insaciable es la que nos proporcionaba el mayor sufrimiento. Incluso, aunque parezca paradójico, cree que quien se suicida es por exceso de voluntad de vivir. Nietzsche, sin embargo, concibe la voluntad de vivir como la pulsión básica que nos dinamiza y contra la que no hay que luchar, sería como negarnos a nosotros mismos. Asumir la vida como dolor y placer, sentirlos intensamente sin ser derrotados es lo que nos afirma ante cualquier contrariedad, y la que nos permite danzar, celebrándola. Esa pasión, ese Dionisio que todos albergamos, es nuestra mejor baza para ser capaces de sufrir sin decaer y de disfrutar de la vida en el instante en el que el goce es la cara que vemos. Solo la aceptación de lo que hay nos puede llevar al fluir en el que consiste vivir, con fortaleza y deseo de autoafirmación.

“¿Qué sentido tienen aquellos conceptos-mentiras, los conceptos auxiliares de la moral, (…) sino el de arruinar fisiológicamente a la humanidad? … Cuando se deja de tomar en serio la autoconservación, el aumento de fuerzas del cuerpo, es decir de la vida, cuando de la anemia se hace un ideal, y del desprecio del cuerpo “la salud del alma” – a esto se ha llamado hasta ahora moral. ¿Qué es esto más que una receta para la decadence?  Con Aurora yo fui el primero en entablar la lucha contra la moral de la renuncia a sí mismo.” [2]

En estas letras de una de las obras fundamentales del filósofo alemán, vemos como su lucha consiste en recuperar la vida en oposición a todo cuanto la ha negado -en especial la moral occidental-, y sostener a ultranza la necesaria afirmación de sí para poder lidiar con la vida, amándola en su diversidad de aspectos.

En síntesis, el miserable es el que careciendo de la conciencia de quién es como humano, se aísla para no sufrir, no para poder fortalecerse, y huyendo del dolor, huye de sí mismo, que no es más que vida.


[1] Schopenhauer, A. El mundo como voluntad y representación. Ed. Gredos Vol.I.370

[2] Nietzsche, F. Ecce Homo. Alianza editorial. pg. 57

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