Todo apuntaba en una dirección y un sentido, hasta que éste se invirtió. X se quedó desubicado, atónito, a la vez que sentía el zarpazo de una traición súbita que nada le permitió prever. Necesitaba asimilarlo, recomponerse y, sin duda: dejar que el flujo de emociones siguiera su curso, sin censuras, ni moralinas. Cuando te hieren de forma inesperada y se perfora un surco sangrante, nada vuelve a ser igual. Había que dejar pasar un cierto tiempo que acompasara el declive anímico y se sintiera en disposición de decidir no cómo afrontaba el cambio de sentido, sino qué dirección tomar. Parecía que los caminos se habían bifurcado y necesitaba tomar conciencia de ese dolor.
X era fuerte, reflexivo y la situación requería un tempo que solo su interior podía marcar. Saldría, esperaban los suyos, reforzado y renacería como el ave fénix entre las cenizas, pero como muchos momentos en la vida, éste era uno de esos que nunca olvidaría y que marcaría su historia personal. Cómo fuera capaz de reconducirlo era crucial, ya que no debía suponer un menoscabo de su autoestima, aunque ciertamente era difícil que no fuese así.
A veces, no es el puñal que te clavan lo que más duele, sino el veneno que te inoculan por el trato recibido y la percepción de que en ningún momento se te hace partícipe de lo que se está cociendo. Un desgarrón en las vísceras que hay que suturar. Y, cuando llegue el momento, actuar, hacer, es decir, decidir por uno mismo, ahora sí, prescindiendo de quien ya te descuajeringó.
La experiencia, aquello que acontece y debemos gestionar en nuestras vidas es la mejor forma de aprendizaje, porque lo que se sabe a base de dolor se convierte en sabiduría.

«porque lo que se sabe a base de dolor se convierte en sabiduría»…
Gracias Ana por lo que nos compartes, un abrazo.
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