Resignificando: compasión y autocompasión.

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La compasión ha sido objeto de repulsa por entender que compadecerte de otro lo debilita y victimiza. Esta es, en cierto modo, la crítica que Nietzsche realizó de lo que él catalogaba como compasión cristiana. Sin embargo, ya en otros artículos, he intentado recuperar el sentido no cristiano de este término recalcando que com-padecer es padecer con el otro. Todos hemos sentido la necesidad de que alguien muestre comprensión y no enjuicie nuestro sufrimiento. Es una fase de la experiencia del dolor que entiendo necesaria porque facilita tomar conciencia del sufrimiento y poder expresarlo -que no deja de ser una manera de expulsarlo-.

Es cierto que, quien se instala indefinidamente en esa fase se victimiza y, ahí sí, se regodea sin perspectiva de superar una intensidad que paraliza. Sin embargo, si realizada la catarsis el individuo se fortalece y retoma las riendas de su existencia, no hay objeción a que ante un batacazo, nos concedamos esa etapa que nos permitirá remontar la caída.

¿Qué decir de la autocompasión? Es crucial reconocer que hemos sido objeto de un agravio importante y ser comprensivos con nuestra caída momentánea en la oscuridad, es el primer paso para poder recibir la compasión, la comprensión y el apoyo de los otros. Claro que la mayoría de las veces solo nosotros mismo podemos y es sano que afrontemos y alcancemos el poder de decidir, sin quedarnos ofuscados por el sufrimiento, sin embargo entiendo que tanto la autocompasión, como el acogernos en nuestra miseria, como la compasión que nos proporciona el apoyo emocional de los otros, son etapas nada reprochables para que resurjamos como el ave fénix de nuestras cenizas con más fortaleza y más capacidad de encajar los embates que, sin duda, nos seguirá proporcionado la vida.

Tal vez sea, aún hoy, la falsa identificación del sufrimiento manifestado con la debilidad lo que nos provoca esa grima y ese repudio hacia la compasión. Si un profundo cráter nos abre en canal, mantener la compostura, como si nada pasase, es dañino, cargante y puede llevarnos en un momento determinado a explosionar de forma desmedida cuando, aparentemente no pase nada.

Insisto, la autocompasión y su correlato no debe ser un regodeo indefinido en el dolor, sino un punto de partida para afrontar y sobreponerse a contratiempos serios que sin esa fase de duelo quedaría enquistado en un caparazón que tarde o temprano se verá desbordado.

Finalizo con un fragmento de Schopenhauer extraído de “Los dos problemas fundamentales de la ética”. Editorial S. XXI, (246). Pg. 270.

Para el descubrimiento de la compasión mostrada como única fuente de acciones desinteresadas y por tanto como la verdadera base de la moralidad, no se precisa de ningún conocimiento abstracto sino solo intuitivo, de la mera captación del caso concreto al que se reacciona inmediatamente sin ninguna mediación ulterior del pensamiento.

Es decir, la compasión es de hecho no solo un estadio necesario para el fortalecimiento del que sufre sino, como sustenta y argumenta en la obra mencionada Schopenhauer, la auténtica base de la moralidad que hace de la acción compasiva y de la actitud un bien al otro, al superponer el interés del que sufre en un momento determinado, al propio.

Sin compasión no solo dejamos al otro en la absoluta soledad, sino que lo que impera es el egoísmo que aísla e impide la creación de redes sociales de apoyo. Nos alejamos de la ñoñería compasiva cristiana, para recuperar el sentido originario sin el que no es posible soportar la vida porque la transitamos sin los otros, e inclusive protegiéndonos los unos de los otros.

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