Bajo la techumbre que lo albergaba y reposando el cuerpo en una tumbona veía pasar lunas y soles; impávido e indolente se asemejaba más a una talla que a un organismo vivo. Su actitud no era arbitraria, sino una estrategia de protección contra ese exterior turbio e imprevisible que tanto le había lacerado. Por eso,
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La apatía estoica –el no padecimiento- estaba orientada a la indiferencia, ese estado en el que no se siente ni inclinación, ni repugnancia hacia cosa alguna, lo cual posibilitaba esa felicidad a la que podía aspirar el humano. Si obviamos el contexto en el que tuvo lugar esa forma de percibir la vida deseable, seguramente
Las fronteras difuminadas entre lo otro y el yo estimulan la compasión que deviene nítido padecer propio; ante esta carencia de límites no hay más posibilidad que el hundimiento simultáneo: el de quien en un principio sufría y el de quien ahora es el otro.
Se nos resiste el lenguaje porque se nos resiste el pensar; o, para ser más precisos, rehúsa el sentir esa restricción encorsetada en conceptos que impone nuestra estructura lingüístico-racional, y palpamos la impotencia del decir, la imposibilidad de liberar emociones expresadas de tal forma que puedan ser resentidas por otros. Porque la auténtica comprensión se
La hipersensibilidad suele acompañarse de una capacidad empática desbordante. Esto, porque si la habilidad de sentir, incluso lo implícito e inconsciente que el otro nos transfiere, rebasa el umbral de lo que otros pueden captar, de igual forma ese exceso sensible permite compadecerse, o en términos más actuales, empatizar, es decir sufrir y sentir lo
El debate, abierto hace ya tiempo, respecto a cómo iban a transformar las redes sociales las formas de vinculación directa y en vivo entre los individuos va despuntando horizontes que no coinciden exactamente con las prospecciones de las que se había alertado. Parece ser que la sociedad basada en el hiperconsumo, junto con la extensión
La lejanía nos niega la posibilidad de anudar las manos cuando la desventura parece una acechanza obsesiva, dejándonos ávidos del don de la ubicuidad y sacudiéndonos despiadadamente con despecho. Nada cabe hacer desde la impotencia de ser determinación corporal y limitada, más que desbordar empatía y compasión por aquel que, necesitándonos, añora nuestra presencia.
Hay “aires difíciles” como aseveraba Almudena Grandes, pero también soplos compasivos o empáticos –término menos contaminado por la tradición judeo-cristiana- que se infiltran por los poros epidérmicos, persistiendo latentes y presentes, para renovar beneficiosamente nuestra percepción de la existencia y generar un cierto atisbo de esperanza. Quizás no sea sino un espejismo, una ilusión, una
Quien da su vida por otros, aparece sinceramente disponible ante las necesidades ajenas, no como un mesías sino, como alguien compasivo y empático que se niega a vivir prescindiendo de las injusticias. Y es que, solo servimos de reparación a otro desde la humilde capacidad de padecer y sentir con él, por eso la com-pasión
Nada hay más veraz que lo desprendido, sin voluntad, del interior. Nada más benigno que el reconocimiento de la humana paradoja que nos brinda el sentir. Nada, sin la compasión que todos merecemos.