Lidiar con la existencia.

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La existencia es un estar interferido continuamente por sucesos ante los que nos vemos exigidos a reaccionar. Esta es una perspectiva del existir que no agota lo que en sí constituye, pero que como mínimo la condiciona. Sentirse agitado por el sentido de la existencia es tal vez el mayor escollo, sin embargo la cotidianidad nos abruma con una serie de circunstancia ante las que la pasividad puede no ser la mejor opción.

Inmersos en esta vorágine que implica ser materialidad y, en consecuencia, determinación de un modo u otro, nuestras reacciones y decisiones pueden allanarnos el camino o complicarlo aún más.

Así, parece más conveniente decidir cómo actuar que reaccionar sin deliberación -eso está ya implícito en la reacción-. La razón de esta afirmación parece clara si entendemos que una decisión nos permite elegir entre la diversidad de posibilidades de las que disponemos para responder a lo sucedido, buscando la más benéfica, que si los limitamos a reaccionar dando bandazos sin pensar hacia dónde nos conducirá esa impulsión irreflexiva.

Ciertamente, no siempre es fácil mantener la serenidad ante sucesos que nos convulsionan emocionalmente. En ocasiones nos sentimos totalmente inmersos en situaciones cuyo núcleo es precisamente la emoción, el sentimiento, y la respuesta inmediata ante un sentir intenso es reaccionar.

Sin embargo, porque somos existentes humanos, podemos beneficiarnos del privilegio de contener la respuesta y reflexionar respecto de las consecuencias que tendrá una acción u otra por nuestra parte. Es ésta una manera de dirigir nuestra existencia sin verla sometida a la exterioridad, y poder forjar, sin menospreciar nuestras limitaciones, una existencia propia y apropiada que nos parezca digna de mantener, gracias a una cierta calma que logremos mantener.

No obstante, hay individuos que se ven de forma más voraz sometidos a acontecimientos que se precipitan como en cascada y ante los cuales es muy difícil adoptar esa distancia reflexiva para decidir, en lugar de reaccionar de cualquier forma. No todas las existencias son iguales, es tautológico, pero vale la pena insistir para que nos despojemos de la tentación de juzgar a los otros, como si todos nos hallásemos en las misma circunstancias y determinados homogéneamente.

Nos condiciona nuestra misma determinación existencial y, sin menosprecio de si cultivamos y nos ejercitamos en ese arte de demorar la respuesta, con el fin de que ésta constituya una acción, y no una reacción. Hay quienes con circunstancias más favorables que otros, no desarrollan esta capacidad de reflexionar detenidamente, y esta carencia es lo que puede llevarlos a una existencia que no desean.

Por lo dicho, existir exige sortear los sucesos en la medida de nuestras posibilidades, deliberando sobre las circunstancias y repercusiones de nuestras acciones. Si no logramos que la existencia se oriente más que únicamente por reacciones, acabamos presos de un existir que no nos parece propio, aunque de facto lo sea.

La existencia nos viene impuesta, la vida nos la bregamos.

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