El cansancio que se aferra al estado de normalidad, abatiéndonos y postrándonos como seres incapaces casi de movilidad, se gesta en el transcurso de una cotidianidad anodina que nubla el qué y el porqué de la existencia. No se requiere magnos sucesos que nos noqueen; al contrario, lo que nos carcome es la insulsez de
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A través de la cristalera límpida, oteo un empíreo grisáceo que me susurra: soy cielo, pero no paraíso. Y no hay alteración en mí ya que, arraigada a la ciénaga existencial, no percibo edén alguno. El cuadro que aparece contundente se aviene a la convicción de años, lustros y jornadas de indagación que han construido
Desahuciados por la inanidad acomodada como una epidermis propia, respiramos por respirar, con una inercia vegetativa que nos mantiene aquí; casi como estoicos insensibles al acontecer: apáticos, indolentes, desidiosos. Así, per, permanecemos sin vivir, como un cántico a la ausencia que nos ampara. Quizás, resurjamos un día para perecer con la absoluta convicción de que
El discernimiento sobre la oportunidad y conveniencia de una acción u otra se transforma, frecuentemente, en una encrucijada laberíntica. Hasta el punto de que hagas lo que hagas, errarás en la decisión.
Para ser normal, se precisa anular la capacidad autónoma de pensar y decidir, cualquier otra opción dará al traste con una rareza.