El uso del lenguaje: transformación o destrucción.

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La palabra, ese privilegio humano, una vez dicha se filtra por los oídos del otro, mas no es la fonética lo único que alerta la facultad de comprender del receptor, sino el significado. Es éste el que procesado y revelado tiene un poder transformador. O sea, el lenguaje funciona como una catapulta hacia la modificación. Lo dicho no queda en el vacío; altera y rompe el curso de los acontecimientos.

Ciertamente hay palabras que dichas en un contexto determinado y dirigidas a un sujeto impregnado de sus condicionamientos tienen una relevancia e impacto más importante que otras. Así, el poder transformador del lenguaje proviene de saber decir lo que en cada ocasión se exige que sea dicho.

De ahí que, por ejemplo, el psicoanálisis y anteriormente Sócrates, usasen la palabra como el medio por excelencia de transformación de la ignorancia en conocimiento que a su vez genera cambio.

Atendiendo a lo expuesto, lo que se modifica o transforma es en primer término el interior del sujeto que ha sido receptor de lo que necesitaba escuchar para provocar en su interior una crisis, un movimiento creador de nuevos significados. Esta convulsión interior del sujeto, en los ejemplos mencionados, estaba orientado al conocimiento que podía conducir a cambios en la vida del individuo para mejorarla, para entender en sufrimiento y ser capaz de modularlo y dejar que se fuese diluyendo.

La importancia de este cambio en el sujeto no solo se remite al sí mismo, sino que las pequeñas transformaciones pueden revertir posteriormente en los otros y en la comunidad.

Es decir, primero es necesario una transformación interior para que podamos ser agentes de cambio en nuestro entorno, ya que si nada se altera en nosotros ¿cómo vamos a poseer la lucidez de qué requiere ser transformado alrededor?

En lo expuesto está implícito que este cambio tiene como horizonte el beneficio de el sujeto y los Otros. No obstante, el lenguaje tiene otros usos que pueden tener como propósito la devastación y destrucción del receptor, y, por ende, inhabilitarlo socialmente en un sentido beneficioso.

Aquí llegamos a la idea de que el lenguaje solo existe en su uso, que este es realizado por humanos y que sus intenciones pueden ser diversas. Hemos mencionado dos de ellas, pero hay al menos otra que no reviste menor importancia. Hablamos del uso performativo.

A partir de este se puede crear una realidad que responde a menudo a intereses ideológicos. Por ejemplo, la diversidad de términos surgidos en los últimos años para referirse a determinados aspectos de lo real está produciendo un cambio en la percepción de ésta: no se habla de discapacidad sino de diversidad, se usan indistintamente para igualarlos el género y el sexo, se imponen discursos sobre lo que debe ser, como si fuera lo real, para poder condenar cualquier digresión como falsa y malintencionada. Es decir, se usa el lenguaje para recrear una realidad que satisface los deseos y necesidades de los que ostentan el poder. Obviamente, este uso no es una novedad, pero tiene quizás la peculiaridad de que se hace en nombre de la igualdad de todos y de la libertad. Con lo cual el decir está sometido a lo políticamente correcto, y se restringe su uso creativo y libre.

Finalmente, el lenguaje es un lujo y lo problemático reside en cómo y con qué voluntad lo usamos los humanos.

¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!

Sören Kierkegaard (1813-1855) Filósofo danés.

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