Vivir a costa de nosotros mismos.

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Es tremendo vivir. Y lo es, porque desde la singularidad fluida de cada uno, los sucesos, las interacciones con los otros, los conflictos, y aquello que nos sitúa en el abismo, percibimos la vida como una amalgama mixta e insondable. Paradójicamente, deseamos el reconocimiento de estas unidades singulares que somos cada uno, pero en cuanto corporalidades que son afectadas y afectan resulta difícil hallar un sentido, una explicación. Un relato que unifique el acontecer que supone vivir.

Somos el conflicto que no podemos disolver, aunque la libertad sea siempre el camino por escrutar y lo hagamos, nuestra tragedia consiste en querer y no querer ser libres, en diferenciarnos y desear fundirnos con los otros, en fluctuar alrededor de una posible identidad y añorar cuanto negamos al no ser otro distinto.

Es tremendo vivir. Y lo es, porque nuestros deseos se contraponen en los diversos tiempos de nuestra experiencia, porque no tenemos telos que nos oriente y a la vez negamos telos alguno que nos condicione.

Somos contradictorios, imposibles de satisfacer, ansia que se desplaza para ser calmada; seres, cuya finitud y determinación, condena a sentir una incompletitud trágica.

Y, sin embargo, queremos vivir y permanecer en ella. Quizás, porque sin la carencia sentiríamos un aburrimiento existencial que nos abocaría a la nada. Intuimos que más vale vivir insatisfechos, que en el nihilismo más absoluto. La huida de éste, al ser incapaces de sostenerlo y renacer en él, hace del humano el ser en crisis permanente, tal vez porque sin ella no sabemos vivir.

En palabras de Cioran:

(…) Disertar sobre la libertad no lleva a ninguna consecuencia, ni para bien, ni para mal; pero solo tenemos instantes para darnos cuenta de que todo depende de nosotros…La libertad es un principio ético de esencia demoníaca.

Cioran. Breviario de podredumbre. Ed. Taurus. 2014. pg 91.

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