¡Que viene EL LOBO!

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En la actualidad, resulta más apropiado utilizar el término ciudadano, como sujeto del Derecho, que de pueblo. Éste último concepto hunde en una masa anónima a un conjunto de individuos que difícilmente pueden ser agrupados bajo esa denominación, que los despersonaliza y no matiza la diversidad patente desde la que se realizan en el seno de la sociedad. Sería algo parecido a lo que el filósofo Francisco González Cabañas denomina la horda democrática, susceptible de manipulación como una masa que no piensa, sino que se deja bambolear por los caprichos de los poderes gubernamentales.

Sin embargo, el uso del concepto de ciudadanía no supone, de facto, la igualdad, la libertad y el trato justo para todos. Aunque así tuviera que ser desde un plano teórico, sabemos que los ciudadanos acaban siendo discriminados por razones como su poder económico, su género, su raza, e incluso su nacionalidad de origen. De esta manera, tal vez, podríamos usar el término pueblo para referirnos al conjunto de ciudadanos que ni disfruta de sus derechos ni posee los medios para reclamarlos. Es decir, los más sometidos del sistema, ya que todos lo estamos de alguna manera.

Desde esta usurpación de derechos que tiene lugar en toda democracia – ¡Que levante la mano quien esté libre de pecado! -, el pueblo es un ente pasivo que padece y encarna las violaciones más básicas del estado de derecho. Así, podemos entender que López Vilas se arme de altavoces para gritar a esa amalgama de individuos menospreciada, e incluso a los que creyendo no estarlo son usados como marionetas para mantener el statu quo de otros muchos.

En su poemario “Vosotros, el pueblo. Poemas antisociales”, el poeta es un activista que vociferando lo que no es políticamente correcto intenta despertar al pueblo del letargo en el que está sumido. La democracia puede usarse como una formalidad engañosa que recubra la ausencia de ésta en el terreno social. Por eso hacen falta poetas, trovadores que proclamen a los cuatro vientos lo que los poderes fácticos desearían acallar y que nunca fuese dicho o nombrado. Quizás, ese parece ser el difícil cometido de “El Lobo” o López Villas, quien finaliza su último poemario con la contundencia que preside todo su libro:

Con un lenguaje demoledor, el poeta arrasa con todo cuanto considera basura y denuncia. Sí, denuncia, eso que estuvo tan presente en generaciones de poetas anteriores y que hoy parece ser algo demodé. Su proclama es social, aunque el subtítulo rece “poemas antisociales”; y lo es, porque destripa las entrañas de la sociedad actual, es subversivo, deconstruye y no se vende a cambio de ser publicado.

“La sinceridad se ha desgastado igual que

Unos viejos gallumbos. Aseguramos desearla,

Pero, al final, resulta tan apetecible como una

Colonoscopia (…)”

Y precisamente por esa ausencia de veracidad que preside la existencia, el poeta es el trovador marginal que asume esa tarea que nadie desea representar: ser el pepito grillo de cada uno, y de todos, ocupemos el lugar que creamos ocupar:

“(…)

Quizás no te hayas dado cuenta, pero, aunque no

Lo creas

Llevan años encajonándote

Te han estabulado, chico

Igual que a un pollo

O a un ternero

Sin darte cuenta, te has convertido en un jodido

Hígado de pato o en un cerdo

Al que ceban para hacer jamón York

Te encienden y te apagan la luz

Te dicen qué pensar

Cómo hacerlo

Pero no para qué (…)

Y esta lectura es ciertamente incómoda para todos, incluso para el poeta que clama en el desierto, porque de su aldabonazo no se salva ni tú, ni yo, ni él mismo.

Para los que no les importe ser cuestionados y radiografiados frontal y lateralmente, este poemario agrio, duro, pero veraz es una dosis necesaria para ser zarandeado. Como susurró Serrat: “De vez en cuando la vida se nos muestra en cueros”

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