
“Dar la voz, no es dar la razón”, palabras del director del Festival de cine de San Sebastián ante la polémica por la proyección en la jornada inaugural del largometraje “No me llame Ternera”. Como es sabido el documental es fundamentalmente una entrevista con el ex etarra Josu Ternera a manos del periodista Jordi Évole.
Tras haberlo visto una primera vez, he decidido seguir denominando a Josu “Ternera” aunque él se muestre ofendido ante tal apodo. Esto por una sencilla razón; tal mote surgió en el seno de la organización etarra, y como todos tenemos la voz, me creo en mi derecho de aplicarle el pseudónimo que sus compañeros de militancia le pusieron.
Esto, a mi juicio, es una nimiedad en el conjunto de la entrevista que despierta rabia, desconfianza y poca verosimilitud en algunas de las declaraciones que hace Ternera. Se muestra frío, sean cuales sean sus palabras, tal vez para poder soportar esa mochila que confiesa cargar, aunque no haya cometido, según él, ningún delito de sangre directamente. Esto, en concreto, hay que contextualizarlo considerando que está pendiente de ser extraditado a España por tener aún causas pendientes con la Justicia, y sobre todo con las personas a las que con su contribución les sustrajo la vida o se la destrozó a ellas y a sus familias -muchas de las cuales se vieron posteriormente obligados a abandonar Euskadi por recibir el rechazo de sus vecinos -no sabemos si por miedo o por convicción.
Su relato, porque, aunque él crea que el “relato” solo ha sido construido desde el estado español, y es razonable reconocer que todos tenemos un relato que justifica nuestras acciones, es escalofriante en algunos momentos más controvertidos de la entrevista, como cuando responsabiliza de las consecuencias del atentado de Hipercor en Barcelona a las fuerzas de seguridad del estado por no desalojar el aparcamiento. Cierto es que tras dos llamadas realizadas por un individuo con acento vasco la prudencia hubiese tenido que prevalecer, y desalojar, pero de eso a culpar, no a ETA por atentar contra la clase obrera de un barrio trabajador en una gran superficie comercial, sino a la inacción de la policía ante las dos llamadas, pues dista un universo. Se muestra incapaz de reconocer que ETA acabó atentando indiscriminadamente, cayera el ciudadano que cayera, de manera similar al que lo hace una célula yihadista. Ante tal comparación, Ternera se enerva y niega que se puedan comparar sendos terrorismos. Évole le cuestiona qué diferencia hay entre asesinar por un Dios y hacerlo por la patria, pero Ternera es inteligente para salir con cierta habilidad de las preguntas del periodista, por lo que no usa nunca el término “patria”, sino que lo sustituye siempre por la liberación del pueblo vasco de la represión del estado español.
Reconoce, no obstante, que el asesinato de Ángel Blanco fue un error, aunque tristemente por cuestiones estratégicas, y que los que estrellaron un coche bomba contra el cuartel de la guardia civil por una rampa ante la que se veían claramente niños jugando, debió detener el acto en aquel momento, y se supone que efectuarlo en un momento estéticamente más oportuno. Lo espeluznante es que lo que parece presidir su relato es siempre la estrategia más conveniente para ETA, no la vida de las personas. Admite que la ética se esfumó en ambos bandos y que eso le llevó a mediar por el cese del conflicto armado, cuando dice no pertenecer ya a ETA. Lo cual se califica de extraño, por parte de Évole y del propio Ternera si recordamos que fue él mismo quien leyó, a cara descubierta, el comunicado de ETA oficial sobre su disolución. Ciertamente, algunas declaraciones hacen aguas en sus respuestas, por eso debemos recordar que tiene aún causas pendientes en el estado español.
Se presenta como un militante más de ETA, menospreciando el papel crucial que debió tener dentro de la organización, declarando incluso que él no pertenecía a la rama político-militar, sino a la internacional.
El trabajo realizado por parte de Jordi Évole y su equipo es, a mi juicio admirable. Primero conseguir una entrevista de este calado sobre nuestra historia reciente, recordemos que solo hace cinco años que se disolvió ETA, y que curiosamente las nuevas generaciones lo perciben como algo lejano, casi añejo. Cuando la sociedad española y la vasca aún no ha cerrado heridas de un conflicto que, si alguna vez tuvo legitimidad, la perdió absolutamente cuando el estado español inició la transición y se instaló en la democracia -que deja mucho que desear, como todas, no seamos más duros con nosotros mismos que con otros-. Es más, la mayor actividad de ETA fue durante la democracia, algo que cada vez se hizo más incomprensible.
Volviendo a Évole, creo que hay que reconocer su coraje, su valentía y la firmeza con la que intenta dejar en evidencia a Ternera, cosa que consigue en algunos momentos, y sobre todo mostrar que un acontecimiento como ese, la aparición de un grupo armado para reivindicar X, es algo que no debería volver a suceder. Quienes hoy en día se dicen demócratas, tendrían que asumir que no se pueden prohibir documentales que informan y muestran otras visiones de sucesos cruciales, aunque no coincidan con los que se consideran “lícitos”. La libertad de expresión, señores, tiene este defecto: yo me expreso, pero los demás también. No lo olvidemos.
En este sentido, hay que replantear cuál es la manera de actuar con aquellos pueblos o parte de ellos que reclaman un estatuto de independencia: ¿volvemos al terrorismo? ¿nos sentamos en una mesa de diálogo -no cuatro- e intentamos negociar y llegar a acuerdo? O nuestra tozudez y miopía va a provocar la aparición de batallones de liberación o aniquilación de los que no están de acuerdo con los independentistas. Los que vivimos en Catalunya estamos hartísimos de un conflicto que, entre otros perjuicios, ha legitimado que se haga cierta dejación de lo que es gobernar un país, y para muestra el estado de desahucio de la sanidad pública -en la que los médicos de familia se están pagando sus fonendos y saturadores, ante la respuesta de la Conselleria de Sanitat de que no hay presupuesto para material. Y todo lo que pueda decir sobre la agonía de la educación huelga en estos momentos tras los resultados de las pruebas PISA.
Así que sí. Quien suscribe este texto quiere paz y que los supuestos representantes de los ciudadanos se ocupen de los auténticos problemas que dificultan, en bastantes casos, casi la supervivencia. Si eso es a costa de dialogar, amnistías y acuerdos con las diversas comunidades autónomas, que así sea.
Porque nada vale más que una vida humana. Le deseo a Ternera que el peso de la mochila sea más duro que la roca de Sísifo, y aplausos a Jordi Évole que seguirá siendo de los pocos periodistas que se atreve con todo, o casi todo, sea cual sea la respuesta del público o del resto de la sociedad. Le alabaron por la entrevista a Pau Donés, un legado conmovedor y que nos sitúa a todos ante nuestra propia muerte, ¿no tiene su propio valor que entreviste a un etarra convicto, hoy en día, que participó y tuvo un papel relevante en las conversaciones de paz con ETA para su disolución?
La palabra debe ser siempre el medio para la resolución de cualquier conflicto, sino echemos una mirada por el mundo, y pensemos después si no es mejor “DAR LA VOZ, QUE NO LA RAZÓN” a quienes en otros momentos han apostado por la muerte de muchas personas.
PD: como dato para reflexionar, en cuarenta y dos años de existencia ETA asesinó a 850 personas. Desde que en el 2003 se recogen datos sobre feminicidios han sido asesinadas 1237 mujeres, además de 50 niños según datos recogidos desde el año 2013. ¿La magnitud de las tragedias tiene un sesgo político? Algo cuya respuesta parece ser sí, debería llevar a preguntarnos con más contundencia por qué no se atajan unos asesinatos que, en principio, parecen más detectables previamente.
DATOS: https://violenciagenero.igualdad.gob.es/violenciaEnCifras/Inventario/home.htm
