Cambiar de año, nada más. -artículo reescrito a partir del original de 2017-

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FUENTE DE LA IMAGEN: https://efeverde.com/diadelatierra-mito-y-realidad-del-earthday-por-victor-solis-visoor/

Saturados de maldad e incapaces ya, de metabolizar la propia y la ajena, el humano del S.XXI convulsiona y vomita ante la posibilidad de reconocerse en algún artefacto artístico como Lucifer; Temiendo que el arte disponga, por naturaleza, de una función especular, no soporta reconocerse, porque se conoce. Sabe del dolor, la maldad, el salvajismo que delata en parte la calaña de su especie, y por ende su imposibilidad de cambiar. Ha decidido no mirar, no ver, tender su ser hacia los que pregonan el positivismo frívolo y superficial del buen vivir, de los que versionan el canto de las sirenas para los hombres y mujeres de hoy, con lemas que motivan a una alegría y esperanza huecas, sin sustancia, pero de la que es peligroso moverse y pensar o sentir lo que surge en el interior y no lo que me imponen desde el exterior. Esos gurús de la felicidad, que dicen lo que debemos creer y sentir para ser feliz, son el último suspiro a los que el hombre se apega para seguir respirando sin oxígeno artificial.

Y sumemos a esto, la negación de todo aquello que me incomoda o me altera –me apaga el canto de las sirenas- neguemos lo negativo, sin comprobar qué dosis de verdad contiene. Lancemos un grito ensordecedor de alegría porque es la única manera de vivir.

Así, ya no vivimos solo en un mundo líquido, o híper-moderno o posthumano, o todos y cada uno de los conceptos que se han usado para describir el tipo de sociedad que surge tras la segunda guerra mundial y, yendo más allá, diríamos tras la victoria del neoliberalismo como pensamiento único. Nos hallamos en una sociedad líquida –donde nada es plenamente y todo fluctúa con la facilidad de un líquido- posthumana –porque incluso los derechos humanos han perdido validez, y ya no es lo humano el criterio último y límite de valoración, y saturada como consecuencia de la insustancialidad y la inmoralidad anteriores. Esa saturación es mental y moral, porque ya no podemos reconocernos en esa inmoralidad, nuestra mente niega lo que somos.

Así ningún producto literario o estético que emane o sea testigo de la realidad en que vivimos tendrá eco en la sociedad actual. Será denostado, ninguneado, escondido, y acusado de negativismo, como si solo se mostrase una parcela del mundo. La otra, claro está, es nada más y menos que el mundo de los gurús de la felicidad, con el canto de las sirenas de fondo (autoayuda, coaching, …)

Esta huida hacia delante, tan solo puede ser un temblor temporal. Los lenitivos, al no tener sustancialidad pierden pronto su eficacia, y el desencanto desenmascara la trampa que constituían. Ese será pues el momento en que la saturación, junto con el desencanto de las falsas huidas provoquen una reacción en los humanos que esté a la altura de las circunstancias. Esta es la única esperanza posible; si no lo es, afrontemos la absoluta desesperanza con la fortaleza que implica aceptar el vacío el sin sentido, sabiendo que nada nos obliga a ser salvajes.

A punto de entrar en el año 2024, cuya estética parece augurar algo más propicio -aunque el 2020 nos saliera rana-, el horizonte es el contrapunto de esa numerología más grata. Ya no se trata únicamente, como habíamos destacado hasta ahora, de lo particular, sino de las amenazas que merodean desde hace un tiempo sobre una posible III guerra mundial, que podrían provocar dos puntos que hierven en Ucrania y Gaza, el desastre ecológico que está iniciándose en nuestra cotidianidad con una sequía sin precedentes en el viejo continente -por ejemplo-, y unos índices de pobreza que se han extendido desde los países pobres a los más ricos. Creando en estos últimos una brecha insalvable casi entre ricos y pobres -eliminando prácticamente las clases medias-.

Aunque el ritual del paso de año, aquí en España, consiste en comerse doce uvas -una por cada mes- y desear a propios y extraños un feliz año, en estos momentos produce algo de grima pronunciar esa locución. En algunos casos, puede parecer que te estás mofando porque es evidente que no pueden tener un buen año; en otros lo sueltas sin saber dónde cae; y, respecto de aquellos a los que parece oportuno desearlo, padeces por traerles el infortunio que no podía preverse. Así es que, noto esa tópica locución atragantada, y sin demasiadas ganas de desear nada, que por mala fortuna pueda traer lo contrario.

Dejemos que transite el día sin demasiadas expectativas sobre lo que puede acontecer, y asumamos que no deja de ser algo propio de una tradición supersticiosa la creencia de que el cambio de año puede comportar, en sí mismo, algo favorable o nocivo.

Existimos en una continuidad que atiza nuestro cuerpo, que fluctúa sin considerar calendario alguno, y que nos zarandea al margen de fechas, con benevolencia o con toda la energía negativa que sea, pero, en cualquier caso, hay aconteceres que no dependen de nosotros. Los que sí, hay que garantizar que nos resulten favorables y gratos, y estar preparados para lo que nos depare cualquier acontecimiento que se escapa a nuestra voluntad y nuestro deseo.

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