Lo radicalmente humano aconteció con la palabra, ya que mediante ella hicimos de la Naturaleza nuestro mundo. Esa representación subjetiva, sentida y percibida que anhelamos conocer y entender, a la vez que paradójicamente lo creamos. Así, asumimos que lo real no es propiamente el mundo, tan solo constituye lo real para nosotros. Un espacio en el que nos corporeizamos, nos hacemos materia corpórea, atravesada continuamente por un tiempo en discontinuidad que nos impide atribuir teleología alguna a nuestra vida.
Así, la palabra se usa poética y racionalmente. Este último uso, hace de la palabra concepto porque propio del razonar es dar unidad a una multiplicidad que se nos muestra inabarcable. Unificar consiste, de alguna manera, en homogeneizar y desprendernos de las particularidades que nos dispersan en ese proceso de racionalizar el mundo. Sin embargo, como ya nos mostró Nietzsche[1], este proceso de aparente simplificación conceptual es una forma sutil de imponer una verdad única y absoluta que responde a la voluntad de dominio del más fuerte. La consciencia de qué supone utilizar conceptos y cómo estos no son más que la elaboración de un mundo apolíneo, orden y estructura, para ningunear el aspecto dionisiaco de la vida -la pasión, el caos, los instintos- que es percibido como peligroso para el orden establecido -sea el que sea- y el sometimiento de todos a una única razón que responde a los intereses del grupo dominante.
Hay, como ya hemos mencionado, otro uso de la palabra, y como diría Zambrano de la razón, que es el poético. En contraposición al filósofo[2] o al científico, el poeta es el loco legitimado para decir lo que quiera. Su uso metafórico, exaltado y emocional del lenguaje no tiene límite, porque no se le otorga ninguna validez en relación con lo que es o no el mundo. El poeta recita, canta, escribe para el deleite emocional de los que disfrutan de este arte, pero no es más que un bufón que propone vías de fuga de lo real. Considerado así el poeta por los que sostienen lo racional como lo único cognoscible es, sin lugar a duda, el decir más fiel y enraizado en la vida. Puede decir sin tapujos, saltar, danzar, gesticular mientras lanza dardos envenenados hacia los que sostienen la cuadratura geométrica de la explicación del mundo, sin que estos se den por aludidos. Disponen, así de toda la libertad para decir, callar o hablar mediante el silencio, porque siendo poesía nadie se los toma en serio.
Esta consideración empieza a flaquear al menos a partir de la filosofía de Nietzsche que es un pensar diferente, en el que tiene cabida la metáfora, lo poético y es quizás mediante estas figuras lingüísticas e imágenes que de forma más precisa intenta desvelar lo que se ha mantenido enmascarado durante siglos. Pensemos por ejemplo en su obra “Así habló Zaratustra”, que es de las más demoledoras del pensador, pero también de las más metafóricas y poéticas.
De esta forma, el poeta es quien usa el lenguaje para desde las entrañas del hombre de carne y hueso vociferar lo terrible, lo banal y lo que necesita el humano para mitigar el sufrimiento y lograr cierto sosiego. La denuncia y crítica social, el cuestionamiento del sistema de vida, los excluidos, los condenados y cuantas realidades singulares podamos identificar pueden ser poetizadas, con menor riesgo de que nadie se sienta aludido. Tal vez porque la poesía es de las lecturas más exclusivas, y ante tanta novela de ciencia ficción que crea universos diferentes del nuestro, distopías y novelas negras que nos advierten de las perversiones humanas, lo poético ha perdido su lugar en un mundo decepcionado y desencantado. Al menos esa concepción romántica de la poesía, que no es ni de lejos lo más relevante para el poeta.
En el blog he dedicado post a Artaud, el poeta de la crueldad -como se lo ha denominado-, Chantal Maillard, Zambrano, …y probablemente otros que no recuerde. Quiero recordar sin embargo a poetas como Miguel Hernández, García Lorca y Machado, que de forma más o menos explícita rompieron moldes de lo que parecía que debía ser la poesía, y que pagaron con su muerte o exilio.
Como muestra de la función de la poesía[3] reproduzco algún poema de Emily Dickinson dedicados a la muerte[4], un tabú en la cultura occidental del que solo cabe hablar en determinados términos:
1212
“Dicen algunos
Que una palabra muere
Cuando es dicha.
Yo en cambio opino
Que comienza a vivir justo es día.
1329
Si han olvidado ellos
O si están olvidando
O nunca recordaron
Es mejor no saberlo
La angustia de conjeturar
Es un dolor más suave
Que una Verdad de Hierro
Endurecida con lo sé-
762
Este es el premio de la Vida -morir-
Mejor si es de una vez –
Que hacerlo a medias – y luego recobrarse
Para un Eclipse más consciente
Emily Dickinson
[1] Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Ed Tecnos. Una edición completada con otros textos sobre filosofía del conocimiento.
[2] Refiriéndonos al tipo de Filosofía que ha predominado hasta la Modernidad.
[3] No querría pasar por alto que los Mitos más antiguos gozaban de la expansividad de la poesía actual, aunque poseían un valor de veracidad, que nosotros los relegamos al ámbito exclusivamente subjetivo, salvo alguna excepción.
[4] Dickinson, E. Poemas a la muerte. Bartleby Editores.2010.
