Recupero en esta entrada dos post sobre la hipersensibilidad publicados en 2018 y 2019. Lo que me ha motivado a ello lo expongo al final de esta entrada.
La hipersensibilidad -2018-
La hipersensibilidad suele acompañarse de una capacidad empática desbordante. Esto, porque si la habilidad de sentir, incluso lo implícito e inconsciente que el otro nos transfiere, rebasa el umbral de lo que otros pueden captar, de igual forma ese exceso sensible permite compadecerse, o en términos más actuales, empatizar, es decir sufrir y sentir lo que el otro soporta.
Esta aptitud, que viene de serie aunque puede haberse hiperdesarrollado por el exceso de estímulos nocivos del entorno, constituye una virtud –no en sentido moral- y un castigo, ya que sentencia al individuo a una turbulencia emocional, una epidermis sensitiva, que le lleva a padecer por lo propio y lo ajeno.
Quien se siente azotado por el mal de la hipersensibilidad solo puede aprender a modular los excesos emocionales para que sus acciones se ajusten a lo que resulta más favorable para todos. Ni experimentar más de lo que el otro conscientemente nos transmite, ni verse impelido a vivir el mal de los otros. Este equilibrio es imprescindible para que la vida del sujeto y de los que le rodean adquieran una autonomía necesaria para que la sensibilidad sea un apoyo y ayuda a uno mismo y al otro, y no una forma perniciosa de dependencia.
HIPERSENSIBILIDAD Y SINESTESIA (2019)
No cualquiera rezuma por sus poros sentimientos que espejean emociones ajenas. La hipersensibilidad de algunas personas, que pueden por ello incluso experimentar algún tipo de sinestesia, constituye un valor añadido ninguneado en una cultura que estimula la intensidad del placer como un fenómeno individual, centrado en el yo para su regodeo.
La última aseveración, que puede ser discutible y matizable, no puede denominarse con rigor hedonismo, por las razones aducidas en este blog en la entrada:
El hedonismo originario versus el postmoderno
Así, poseer la capacidad de reaccionar sensorialmente deforma diversa, ante la estimulación de un único órgano sensorial, puede convertirse en un don del que se beneficien las personas que lo poseen y también los que las rodean.
Es más, la hipersensibilidad permite captar a un sujeto lo que a la mayoría le pasa desapercibido y que a pesar de ello es un fenómeno presente –en cuanto percibido- que solo puede convertirse en una experiencia a considerar en la percepción global del entorno, en cuanto hay quien la constata.
Un caso significativo es el de la escritora Siri Hustvedt, que es más conocida por su supuesto feminismo y por haberse casado con el escritor Paul Auster. Sin embargo, Siri tiene una sinestesia tacto-espejo que la habilita para sentir y experimentar como propio aquello que ve en otro. En una entrevista en el diario La Vanguardia, ella misma aduce como ejemplo la sensación del dolor que la azota, si observa en su interlocutor que alguien le propina un codazo. Es decir, la estimulación del tacto ajeno y la sensación derivada se espejea en el cuerpo de Siri como si el agente estimulador hubiese actuado sobre ella misma.
Este es un ejemplo concreto de hipersensibilidad y sinestesia que menospreciamos, tal vez por el desconocimiento del fenómeno, y que podría resultar un beneficio considerable si concediésemos a estos sujetos peculiares la oportunidad de indagar la gama de posibilidades que su habilidad le ofrece. Podrían ser personas con habilidades educadoras, terapéuticas, artísticas, … excepcionales.
Por el contrario, nuestra cultura prescinde de ellas por sus capacidades particulares induciéndolas, inclusive, a esconderlas ante el riesgo de ser víctimas de algún diagnóstico de psicosis alucinatoria, que las coarte e impida su integración social.
Disponemos hoy de ciertas formas de contraste e investigación de esas experiencias mediante la neurociencia, la neurobiología y otras disciplinas emergentes. Aunque no parece que exista voluntad alguna de garantizar el bienestar de esos sujetos, condenados a menudo a la soledad o a desarrollar cierta fobia social por la incomprensión de la que son objeto. Por el contrario, podrían aportar al resto beneficios aun desconocidos; aunque tal vez, los prejuicios nos inducen a creer que determinadas manifestaciones son locuras individuales, más cerca de las pseudociencias o el esoterismo que posibles objetos de investigación científica –y no seamos aquí positivistas- que puedan despertarnos habilidades desconocidas. En lugar de prestarles la atención que requieren son, en su más nimia expresión, denostados como síntomas de desvaríos mentales.
La exploración de la hipersensibilidad –con sinestesia o no- en las personas podría amortiguar el impacto negativo que a menudo tiene en los que la poseen, y además alcanzar estados de empatía inusitados –ahora que está tan de moda- hasta el momento, que permitan reorientar y ayudar a esas otras personas cuya habilidad para gestionar las emociones es escasa.
Obviamente, existen otras prioridades que se presentan más rentables a corto y medio plazo, por lo que esta oportunidad de ahondar en el conocimiento de nuestra mente y nuestro cerebro -detenernos en la legitimidad de esta diferenciación me parece metafísica nada fructífera en estos momentos- para que todo su potencial sea aprovechado en favor de quien lo posee y del conjunto de la sociedad.
REFLEXIÓN FINAL
Posiblemente a algunos de vosotros os ha acudido a la mente la categorización que hace el DMS-V de personas de alta sensibilidad. Solo la denominación ya nos remite a los expuesto en los posts anteriores. Sin embargo, desearía mostrar mi preocupación por el empeño en patologizar cualquier sentir o actuar que no sea normativo. Las personas hipersensibles no poseen una patología, sino una peculiaridad que puede ser, si se aprende a manejarla, una ventaja respecto de los individuos normales. Además, y para más preocupación por mi parte, el TEA -trastorno del espectro autista- ya incluye como un rasgo propio esta alta sensibilidad. Se puede ser autista o tener rasgos autistas. Aquí, y para no reducir el autismo a lo que en su origen y tradicionalmente se ha popularizado como tal- es fundamental destacar el término espectro. Este significa gama, gradación de los síntomas autistas que pueden oscilar notablemente y encontrar dos individuos con el mismo diagnóstico que se asemejen muy poco, aunque obviamente compartan síntomas del diagnóstico. En definitiva, la alta sensibilidad ya es un síntoma permanente incluido en el TEA y la voluntad de multiplicar las patologías, si a partir de una ya queda explicado el sufrimiento o las conductas del individuo, es ineficaz y muy poco económico, por lo que el principio de la navaja de Ockham[1] saltaría por los aires, y sacaría de quicio a su autor.
De la misma manera que no consideramos a un individuo con altas capacidades o superdotado como patológico ¿por qué la alta sensibilidad sí? Creo que subyace un patrón racionalista propio del origen de la modernidad occidental que valora en alto grado la razón el intelecto, y menosprecia todo lo relativo a la sensibilidad. Aún acarreamos ciertas creencias que quizás deberían estar ya superadas.
[1] Guillermo de Ockham, un pensador del siglo XIV afirmó que no hay que multiplicar los entes sin necesidad. Es el principio conocido como «navaja de Ockham» o «principio de economía», también llamado «principio de parsimonia»: una hipótesis es tanto mejor cuanto más explica con menos elementos teóricos.
