Mediante el lenguaje podemos ejercer el poder de manera sutil y sibilina. Es un dispositivo de dominio eficaz porque se generan relatos sobre lo real que calan en los individuos y estos lo interiorizan como lo que es. Por ejemplo: proferir que todos somos iguales es un desiderátum que, por su uso reiterativo por parte de los políticos, acabamos interiorizando sin ser capaces de detectar posteriormente que, de facto, no somos iguales. Situada la igualdad como uno de los pilares de la democracia tendemos a creer que cada uno se sitúa en la jerarquía social según los esfuerzos que ha invertido, al más puro estilo liberal, sin considerar que la igualdad se concreta posibilitando que todo el mundo tenga las mismas oportunidades. Paradójicamente, para lograr esa supuesta igualdad, como de base no partimos de las mismas condiciones socioeconómicas, hay que desigualar a los individuos según el estrato social del que provienen, dotando de más recursos a los que menos tienen. Aquí podríamos elevar el listón de lo ideal y abogar por una igualdad socioeconómica que ni se ha producido a lo largo de la historia, y tendrá lugar. En este sentido, siendo realistas, la igualdad de oportunidades quizás exija que determinadas medidas no tengan un carácter de universalidad que no imparte justicia.
Sé que esta opción es controvertida, pero teniendo en cuenta que los recursos de los que disponen muchos estados son escasos, tal vez hay servicios públicos que deberían ser gratuitos para unos, y que otros abonaran en proporción a sus ingresos una determinada cuota. La medida seguramente haría que los mejor posicionados se rasgaran las vestiduras, ya que siendo ellos los que más contribuyen fiscalmente no disfrutarían de servicios gratuitos como aquellos que o no contribuyen o lo hacen en menos medida.
Obviamente, se podría objetar que mientras unos han vagueado y otros han trabajado, las medidas desiguales premian a los que no se esfuerzan. Cualquier correctivo que se utilice para hacer realidad la igualdad plantea controversias porque de todo hay en la viña del señor. Esta crítica podría ser cierta en algunos casos, y se deberían poder corregir particularmente aquellos en los que el individuo ha decidido “vivir de los demás”, que los hay. Como también algunos han decidido vivir bien a costa de que otros malvivan.
Las medidas correctivas de la desigualdad no son fáciles de identificar como las más justas. Sin embargo, es cierto también que mientras que unos no necesitan, por su poder adquisitivo, que la educación y la sanidad le sean totalmente gratuitas, otros no tendrían acceso ni a una ni a otra si no fuesen gratuitas. Es en este sentido que se plantea la posibilidad de no tomar, por defecto, medidas universales que son imprescindibles para unos, y como una lotería para otros.
La habilidad de ponderar justicia e igualdad es un arte difícil de llevar a cabo, pero no siempre deben tomarse decisiones por el hecho de que alguno se aproveche de ingresos irrisorios, mientras sabemos que los que poseyendo poder adquisitivo “se aprovechan” lo hacen consiguiendo grandes cantidades de dinero. Obviamente, la cuestión queda sujeta a debate y, tal vez, en algún momento quede obsoleta, pero actualmente no lo es.
