Entre balbuceos y palabras contradictorias y entrecortadas, intentamos decir aquello que merece ser dicho; sin tapujos, sin miedos ni remilgos. Lo procuramos con empeño, pero el acto del habla aparece cercenado, mediatizado y condenado. Por ello, sostenemos un silencio que nos culpabiliza, nos condena al ostracismo de lo proscritos y destensamos la cuerda para recuperar nuestro cómodo lugar en ese mundo absurdo e incomprensible, aparentemente.
Nuestro remordimiento y nuestra condena responden a que, en el fondo, sí entendemos la dinámica de cuanto nos rodea, esa que opera subrepticiamente y que no puede ser dicha, y por eso callamos como cobardes. Intentando proteger una vida que pierde su dignidad al someterse y cooperar en el mantenimiento de una ficción benévola, destinada a ocultar una realidad maldita y despreciable.
Cuanto sabemos queda velado, por el momento; y tal vez, tan solo un aporte de más conocimiento nos lleve a rebelarnos ante el sistema totalitario impuesto que se nos muestra como democrático, hallándose sometido a una manipulación cada vez más sofisticada. Tal vez, solo necesitemos un motivo más para vociferar a los cuatro vientos que hay acuerdos entre los poderosos que esbozan los sucesos que devienen, y que nosotros parecemos encontrarnos fortuitamente, tal y como quieren que creamos que se producen.
Debemos usar la palabra con firmeza y convicción -siempre que la tengamos-, para mostrar a los que planean nuestro futuro -de alguna manera- que nos queremos ese mundo que están construyendo para su beneficio. Que estamos hartos de ser títeres que desconocen los hilos que los mueven, y que ya no callaremos más y alumbraremos esos hilos para que sean contemplados, con estupor, asombro y rabia.
Solo queremos vivir en paz, sin mentiras ni engaños, y siendo partícipes de cómo se organiza el mundo, para que sintiéndonos corresponsables de él, actuemos con el propósito de que cuantos más humanos podamos llevar una vida merecedora de ser llamada así, más habremos triunfado como posibilitadores de mejoras en las condiciones de existencia.
Apropiarse del lenguaje nos sitúa en una posición de ventaja para transformar este sórdido mundo.
