Quizás, el ejercicio de la Filosofía, hoy, deba proceder del sentir al pensar; del pensar al sentir, y de este ir y venir continuo se pueda obtener una comprensión más ajustada del mundo. Si aceptamos que lo real se manifiesta de múltiples manera -como Slavoj Žižek, entre otros, entiende- no queda otra alternativa que el uso de cualquier capacidad de contacto con lo real para contemplar esta diversidad y, a partir de ella, configurar visiones continuamente sometidas a revisión -o a ese ir y venir del sentir al pesar y viceversa-.
La identificación de lo real con lo racional que formuló Hegel queda atrás si, reconociendo la paradójica composición de lo real, nos tomamos en serio la urgencia de entendernos a nosotros y a lo Otro para que la praxis ahonde en las mismísimas raíces de lo que hay, sin que nada esté del todo arraigado a ningún suelo, es decir, siendo todo un fluir que, en consecuencia, no está paralizado por raíz alguna, y sí liberado y susceptible de ser aprehendido en su dinamismo. Lo expresado aquí cobra todo su sentido si atendemos, por un instante, a esa aceleración e hipervelocidad que parece regular los cambios en nuestro mundo. A menudo nos sentimos sobrepasados por los acontecimientos porque se producen con más rapidez de la que nosotros podemos entenderlos, y cuando intuimos el sentido relativo de un cambio, ya estamos sumergidos de pleno en el siguiente. Tal vez, el acontecimiento que mejor ilustra esta imposibilidad de comprender a la par que suceden los cambios, sea el desarrollo actual de las ciencias computacionales.
Esta imposibilidad de procesar los cambios de lo real crea un estado en los individuos de inseguridad e incertidumbre, que puede aumentar la lentitud en la reacción y cognición de cuanto va sucediendo. Por buscar un paralelismo, que ilustre con mayor claridad lo que pretendemos expresar, es como si lo real fuese una noria veloz en la cual nos movemos, pero asiéndonos fuertemente a las agarraderas que esta tiene para no precipitarnos al vacío. Sería algo semejante a esa expresión ya popular de que lo real supera a la ficción.
Este paradigma actual es el resultado de lo empírico; no es un constructo hueco que nos resulte cómodo para mirar el mundo, sino la única atalaya desde la cual es posible, hoy, ver el mundo con sus inconsistencias e incongruencias aparentemente. Y aquí recurrimos a lo aparente para deslindarlo de lo que se nos escapa de lo real, por las limitaciones del propio sujeto, que es lo subjetivo, de superar la dicotomía sujeto-objeto, la cual parece que va quedando como un residuo de la modernidad. Somos unos con el mundo, y sin él, ni hay un nosotros, ni hay propiamente mundo.
