Las noches, el laberinto donde anduve y ando sin hacer camino, donde busqué y busco sin hallar; El dédalo en el que la esterilidad se expande por doquier y la circularidad me desorienta sin remedio.
Nocturnidad decadente que espejea mi cuerpo frágil, mi incapacidad para el mando de mí misma, o la alevosía con la que alguien intenta sabotearme. Cruda constatación de un quien interior que derrota sin remisión a mi otro quien, el que creía o anhelaba ser.
Huida de la oscuridad que serpentea sin posibilidad de lograr nada: esa es la táctica para seguir con tal de desprenderme de las fauces que me desgarran. Pero ¿Se puede escapar de este período fatídico que me encarcela para que los días se vuelvan, también, sombríos? ¿Cómo cambiar el ciclo astronómico que nos traslada sucesivamente del amanecer al ocaso?
El laberinto es noche, o bien es día; la luminosidad depende la opacidad interior y se desvincula de ningún tipo de ciclo circadiano. Esa revelación altera la noción de la presencia de algún agente o circunstancia que, con conciencia y voluntad, pretenda boicotearme en mi tránsito por el laberinto vital. Duro camino de autoconocimiento del que tendemos a zafarnos, pero la única vía para la iluminación, la comprensión de quiénes somos y qué mundo habitamos.

💙💙💙💙
Me gustaMe gusta